Las Biblias que tenemos hoy en día incluyen un compendio de libros que fueron escritos en un período determinado de la historia. La palabra canon, cuyo origen es generalmente trazado al griego κανών que es una vara para medir, proviene en realidad del aún mas antiguo hebreo קנה (cané) que es una caña, y, precisamente, se utilizaba para medir. Entonces podemos deducir que el canon bíblico se refiere al grupo de libros que tienen autoridad en cuanto a la doctrina religiosa, ya sea en el cristianismo, el judaísmo, o el catolicismo, cuyos respectivos cánones difieren el uno del otro.
De más está decir que dicha autoridad en materia doctrinal fue decidida por los líderes religiosos de aquella época, por lo cual es lógico atribuir cierta subjetividad en cuanto a tal selección. A pesar de que la mayoría de los cristianos consideran los 66 libros de su canon como los únicos “inspirados” o “dignos de tomarse como doctrinales”, la realidad es que dependiendo de la cultura religiosa en la que uno se haya criado, esto cambiará. Solo basta con imaginarse que hasta antes de Martín Lutero, obras tales como los libros de Tobit o Judit hubieran sido de común conocimiento.
¿De cuándo datan estos libros?
El período bíblico que comprenden los libros apócrifos se limita mayoritariamente al período del Segundo Templo, entre los últimos profetas, concluyendo con Malaquías y la literatura neotestamentaria. Esto es entre alrededor del 300 AEC y el 50 o 100 EC. Existen obras posteriores a este tiempo que eran utilizadas por los llamados padres de la iglesia, pero estos serían incluidos en otra categoría ya que se relacionan exclusivamente con el Nuevo Testamento y fueron escritos incluso después de cerrado el canon judío, en el siglo I.
Uno de los libros más antiguos hallados entre los Manuscritos del Mar Muerto, en Qumrán, es el libro de Enoc. Este libro, que no fue incluido en el canon judío ni católico, aparece en más de diez manuscritos distintos en Qumrán, escrito en lo que se cree que es el arameo original. Las comunidades de creyentes en Siria y Etiopía también conservaron este libro, en sus propias lenguas (en Siria también se hablaba arameo pero tenía un tipo de escritura distinta, en contraste a los Esenios, que escribían arameo con las letras hebreas que conocemos hoy, las cuales son originalmente arameas).
Otras obras conocidas encontradas en Qumrán son el Libro de los Macabeos, ben Sirá y Tobit.
¿Quién decidió qué libros entraban al canon?
En el caso del judaísmo de Israel, se formó una asamblea rabínica que se congregó en la ciudad de Yavne alrededor del año 100 EC. A pesar de que la mayoría de los escritos en la Torá y los profetas eran aceptados ampliamente por todos, hubo cierta controversia alrededor de diferentes libros de entre los escritos, tal como el Cantar de los Cantares y Daniel, ya que este último estaba escrito en arameo. Una de las razones principales de porqué muchos de los libros apócrifos no ingresaron en el canon judío fue precisamente porque no existían copias en hebreo.
Otras comunidades judías no necesariamente aceptaron la autoridad del liderazgo rabínico de Israel y continuaron utilizando los libros que consideraban dignos de ser estudiados. Tal es el caso de la comunidad etíope de Beta Israel, que incluía entre otros los mencionados anteriormente, el libro de los Jubileos, el Testamento de Abraham, el Testamento de Isaac y el Testamento de Jacob.
La Iglesia Católica definió su canon en el Concilio de Roma en el cuarto siglo, comisionando a Jerónimo para que tradujese la lista del libros al Latin. En la Iglesia Oriental en Siria se manejaban distintas listas y nunca se determinó una decisión unánime con respecto al canon, pero algunas epístolas “extra” que pueden encontrar allí incluyen la Plegaria de Menashe y el Salmo 151, mientras que excluyen por ejemplo, el libro de Lamentaciones.
Con la reforma protestante Lutero decidió diferenciarse del canon católico y movió de lugar siete libros (Tobit, Judit, 1–2 Macabeos, Libro de la Sabiduría, Sirá, y Baruc), incluyéndolos en la sección de Apócrifos (“libros no considerados a la altura de las Santas Escrituras pero dignos de ser leídos y estudiados). Noten como a pesar de haberlos movido, al menos los incluyó y promovió su estudio. Lamentablemente esa distinción pavimentó el camino para que posteriormente sean excluidos del todo.
¿Es relevante estudiar estos libros?
Si nos limitamos a lo que dijo Martín Lutero, pues sí. Más allá de Lutero, vale la pena ahondar en el contexto histórico de cada obra. El descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto brillaron una nueva luz al poder comprobar que las comunidades judías de este tiempo incluso en la Tierra de Israel consideraban muchas de estas obras dignas de ser estudiadas. En cada uno de estos libros podemos valorar no sólo mensajes éticos, morales o espirituales, sino también el entorno cultural del pueblo judío en un período de la historia que lamentablemente está ausente en nuestras biblias actuales.
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