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La historia de los Libros Apócrifos

Las Biblias que tenemos hoy en día incluyen un compendio de libros que fueron escritos en un período determinado de la historia. La palabra canon, cuyo origen es generalmente trazado al griego κανών que es una vara para medir, proviene en realidad del aún mas antiguo hebreo קנה (cané) que es una caña, y, precisamente, se utilizaba para medir. Entonces podemos deducir que el canon bíblico se refiere al grupo de libros que tienen autoridad en cuanto a la doctrina religiosa, ya sea en el cristianismo, el judaísmo, o el catolicismo, cuyos respectivos cánones difieren el uno del otro.

De más está decir que dicha autoridad en materia doctrinal fue decidida por los líderes religiosos de aquella época, por lo cual es lógico atribuir cierta subjetividad en cuanto a tal selección. A pesar de que la mayoría de los cristianos consideran los 66 libros de su canon como los únicos “inspirados” o “dignos de tomarse como doctrinales”, la realidad es que dependiendo de la cultura religiosa en la que uno se haya criado, esto cambiará. Solo basta con imaginarse que hasta antes de Martín Lutero, obras tales como los libros de Tobit o Judit hubieran sido de común conocimiento.

 

JERUSALEM, ISRAEL – OCTUBRE 13, 2017: Uno de los Rollos del Mar Muerto, exhibido en el Museo de Libro. Israel Museum, Jerusalem. Israel

¿De cuándo datan estos libros?

El período bíblico que comprenden los libros apócrifos se limita mayoritariamente al período del Segundo Templo, entre los últimos profetas, concluyendo con Malaquías y la literatura neotestamentaria. Esto es entre alrededor del 300 AEC y el 50 o 100 EC. Existen obras posteriores a este tiempo que eran utilizadas por los llamados padres de la iglesia, pero estos serían incluidos en otra categoría ya que se relacionan exclusivamente con el Nuevo Testamento y fueron escritos incluso después de cerrado el canon judío, en el siglo I.

Uno de los libros más antiguos hallados entre los Manuscritos del Mar Muerto, en Qumrán, es el libro de Enoc. Este libro, que no fue incluido en el canon judío ni católico, aparece en más de diez manuscritos distintos en Qumrán, escrito en lo que se cree que es el arameo original. Las comunidades de creyentes en Siria y Etiopía también conservaron este libro, en sus propias lenguas (en Siria también se hablaba arameo pero tenía un tipo de escritura distinta, en contraste a los Esenios, que escribían arameo con las letras hebreas que conocemos hoy, las cuales son originalmente arameas).

Otras obras conocidas encontradas en Qumrán son el Libro de los Macabeos, ben Sirá y Tobit.

¿Quién decidió qué libros entraban al canon?

En el caso del judaísmo de Israel, se formó una asamblea rabínica que se congregó en la ciudad de Yavne alrededor del año 100 EC. A pesar de que la mayoría de los escritos en la Torá y los profetas eran aceptados ampliamente por todos, hubo cierta controversia alrededor de diferentes libros de entre los escritos, tal como el Cantar de los Cantares y Daniel, ya que este último estaba escrito en arameo. Una de las razones principales de porqué muchos de los libros apócrifos no ingresaron en el canon judío fue precisamente porque no existían copias en hebreo.

Otras comunidades judías no necesariamente aceptaron la autoridad del liderazgo rabínico de Israel y continuaron utilizando los libros que consideraban dignos de ser estudiados. Tal es el caso de la comunidad etíope de Beta Israel, que incluía entre otros los mencionados anteriormente, el libro de los Jubileos, el Testamento de Abraham, el Testamento de Isaac y el Testamento de Jacob.

La Iglesia Católica definió su canon en el Concilio de Roma en el cuarto siglo, comisionando a Jerónimo para que tradujese la lista del libros al Latin. En la Iglesia Oriental en Siria se manejaban distintas listas y nunca se determinó una decisión unánime con respecto al canon, pero algunas epístolas “extra” que pueden encontrar allí incluyen la Plegaria de Menashe y el Salmo 151, mientras que excluyen por ejemplo, el libro de Lamentaciones.

Con la reforma protestante Lutero decidió diferenciarse del canon católico y movió de lugar siete libros (Tobit, Judit, 1–2 Macabeos, Libro de la Sabiduría, Sirá, y Baruc), incluyéndolos en la sección de Apócrifos (“libros no considerados a la altura de las Santas Escrituras pero dignos de ser leídos y estudiados). Noten como a pesar de haberlos movido, al menos los incluyó y promovió su estudio. Lamentablemente esa distinción pavimentó el camino para que posteriormente sean excluidos del todo.

¿Es relevante estudiar estos libros?

Si nos limitamos a lo que dijo Martín Lutero, pues sí. Más allá de Lutero, vale la pena ahondar en el contexto histórico de cada obra. El descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto brillaron una nueva luz al poder comprobar que las comunidades judías de este tiempo incluso en la Tierra de Israel consideraban muchas de estas obras dignas de ser estudiadas. En cada uno de estos libros podemos valorar no sólo mensajes éticos, morales o espirituales, sino también el entorno cultural del pueblo judío en un período de la historia que lamentablemente está ausente en nuestras biblias actuales.

Es nuestra intención en esta nueva Serie de Libros Apócrifos, poder ahondar en las más importantes de estas obras para complementar nuestro aprendizaje bíblico, ¡acompáñenos!

Contamos con una serie completa de programas de podcast en donde estudiamos los Libros Apócrifos, disponible en el Club de Patrocinadores.

Si no eres patrocinador considera apoyarnos de esa manera para continuar expandiendo la misión de este Ministerio.

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Par Vida de Sara Cab

Parashá Jaiei Sara

El nombre de esta sección de las escrituras se traduce como “la vida de Sara”.
Sara es conocida como la primera de las matriarcas y de su vientre provino el hijo de la promesa, de quien todo el pueblo de Israel descendió.
A pesar de que su vida no fue fácil, y por momentos su fe fue probada, Sara acompañó a Abraham hasta el final y su legado perdura hasta nuestros días.

Parashá Vayera (2)

Parashá Vayera

Se podría decir que esta es una de las porciones de la Escritura más impresionantes ya que vemos al patriarca Abraham atendiendo a tres invitados celestiales que aparecen en medio del desierto. Uno de ellos anuncia que su esposa Sara – que es estéril – dará a luz un hijo y ella se ríe mostrando incredulidad.

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Parashá Noaj | Gén 6:9-11:32

La historia de Noé es una de las más míticas en toda la Torá. Noé fue el décimo desde Adán y el mundo ya se había corrompido y olvidado de su propósito. Toda la Creación sería destruida, retornaría a un estado de pureza y experimentaría un nuevo comienzo por medio de Noé y sus descendientes.

La historia del Diluvio, y la respuesta a si realmente ocurrió o no, es uno de los principales marcadores que separan a aquellos que creen en la historia bíblica de aquellos que creen en la teoría de la evolución.

A pesar de que no todos están de acuerdo con las conclusiones de Ron Wyatt y las autoridades turcas, no hay dudas de que este descubrimiento sirvió como un disparador para ponernos a pensar, tanto creyentes como no creyentes, acerca de la veracidad de las historias bíblicas y la manera en que pudieron haberse desenvuelto.

Te animo a complementar tus estudios bíblicos con el contexto histórico de cada época, descubrimientos arqueológicos y material extra bíblico para poder conseguir una perspectiva más abarcativa de las historias que constituyen nuestra fe.

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Consejos Prácticos para un Estudio Profundo de las Escrituras


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Parashá B’reshit | Génesis 1:1 – 6:8

Parashá B'reshit

Génesis 1:1 – 6:8

El comienzo de la Torá (el Pentateuco) es probablemente el texto más misterioso de todas las Escrituras. De una manera extremadamente sucinta se comunica al lector las más asombrosas hazañas, en las que Elohim (el término hebreo utilizado para “Dios” en Genesis 1) crea el mundo de la nada.

La falta de detalle en esta narrativa puede atribuirse al hecho de que el autor de Genesis no esta intentando explicar de manera científica cómo el Creador realiza la obra de creación de cada uno de los elementos, sino más bien el hecho de que existe un Creador. Que el mundo no surgió “de la nada” sino que un Ser Superior que preexistió el mundo, fue el autor de todo lo que hoy vemos y experimentamos con nuestros sentidos.

Habiendo establecido eso, es interesante considerar la manera en que la obra de creación se comunica al lector. Hay un orden específico que surge desde las primeras palabras expresadas; “que haya luz…”.

En el siguiente infográfico podemos apreciar la conexión temática que conectan los primeros 3 días de la creación con los siguientes 3 días, dejando el día séptimo como único en su categoría. Este esquema puede apreciarse en los siete brazos de la menorá, que se encontraba en el Tabernáculo.

 

La primera porción de las Escrituras abarca muchísima historia. Desde los días de la creación, pasando por la expulsión del Edén, el primer asesinato de la historia, todas las generaciones hasta Noé, y el estado espiritual de la humanidad que precipitó el diluvio, que se desarrolla en la siguiente porción.

A medida que avanzamos a través de estos capítulos, aprendemos que la propensidad del hombre al pecado es algo que se manifestó desde el comienzo, y a pesar de que el Creador no había aún entregado su Ley a la humanidad, siempre existió un parámetro de justicia, que es utilizado como el lente por el cual analizamos estos sucesos.


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Enoc, ¿el Hijo del Hombre?

Desde la perspectiva cristiana el concepto: Hijo del Hombre es a veces entendido como: “Hijo de Dios” o, a veces ¡como Dios mismo!

El Libro de Enoc ha sido fuente de gran interés y controversia en tiempos antiguos y modernos. Muchas personas dentro del movimiento mesiánico lo consideran como Escritura inspirada a pesar de no estar incluido en el canon bíblico. 

Hay varios elementos en esta obra, que la colocan históricamente junto con la literatura seudoepigráfica; posiblemente fue escrito entre el cuarto siglo AEC (Antes de la Era Común) y el primer siglo EC (Era Común). Es importante señalar también que, aparte de que existe más de un libro atribuido a Enoc, incluso dentro de este primer libro existen al menos cinco divisiones claras, que indicarían una sola autoría y posiblemente períodos diferentes.

En este artículo quiero discutir acerca de una temática específica contenida en el libro de Enoc: El Hijo del Hombre. En el ámbito cristiano todos conocen esta terminología puesto que es utilizada por Yeshúa, pero ¿Cómo se comparan los escritos de Enoc a las enseñanzas de Yeshúa en lo que respecta a este tema?

Yeshúa como el Hijo del Hombre

Analicemos primero lo que todos conocemos. Yeshúa se refirió a sí mismo como el Hijo del Hombre. De hecho, este término aparece en los Evangelios más de 60 veces, la mayoría de ellas siendo Yeshúa quien se autodenomina como el mismo.

Podemos ver ejemplos en donde el Hijo del Hombre es un ser celestial, con poder sobrenatural, comparable al significado dado en el libro de Enoc, como veremos a continuación:

Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.

Mateo 24:30

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria…

Mateo 25:31

Y por el otro lado vemos esta expresión aplicada a aspectos más humildes o terrenales de la experiencia humana:

Yeshúa le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.

Mateo 8:20

De algo podemos estar seguros, y eso es de que Yeshúa no inventó este concepto; y su audiencia de hace dos mil años, mayormente judía, ya lo había escuchado y constituía una parte esencial de la discusión bíblica y doctrinal de su tiempo.

El concepto Hijo del Hombre en las Escrituras Hebreas

Veamos algunos ejemplos en donde este término aparece en el canon bíblico:

¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,

Y el hijo del hombre, para que lo visites?

Salmo 8:4

Sea tu mano sobre el varón de tu diestra,

Sobre el hijo de hombre que para ti afirmaste.

Salmo 80:17

En estos ejemplos en los Salmos (los cuales les invito a leer en contexto para tener una mejor comprensión), el término, es utilizado primero para referirse a una persona común, y segundo, para referirse a alguien específico que cumple con la voluntad de Yehováh. Podría tomarse con connotaciones mesiánicas, pero en mi opinión señala a todos aquellos que hacen Su voluntad.

Siendo consistentes con esta idea, vemos el término utilizado tanto por Ezequiel (decenas de veces) y por Daniel:

Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo.

Ezequiel 2:1

 Pero él me dijo: Entiende, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin.

Daniel 8:17

En estos casos vemos claramente cómo el término es aplicado a Ezequiel y Daniel, dos hombres comunes.

Hijo de Hombre en hebreo es ben adam, literalmente: hijo de Adam. Es decir: toda la raza humana, porque todos somos hijos de Adam. Desde la perspectiva cristiana el concepto: Hijo del Hombre es a veces entendido como: “Hijo de Dios” o, a veces ¡como Dios mismo! Pero con todos los ejemplos presentados aquí, podrás ver cómo la imagen es bastante más rica e intrincada cuando la estudiamos en el contexto de todas las Escrituras.

Enoc, el Hijo del Hombre

Finalmente llegamos a Enoc. Y aquí es donde se pone interesante, ya que a diferencia de los ejemplos que les compartí del Tanaj, en el Libro de Enoc el hijo del hombre es un ser celestial, con muchísimo en común con el libro de Apocalipsis. Quienes desean estudiar esto en profundidad pueden leer los capítulos 46 al 71, en donde esta frase aparece 14 veces.

Me respondió y me dijo: «Este es el Hijo del Hombre, que posee la justicia y con quien vive la justicia y que revelará todos los tesoros ocultos, porque el Señor de los espíritus lo ha escogido y tiene como destino la mayor dignidad ante el Señor de los espíritus, justamente y por siempre. 

Enoc 46:3

Hay muchísimos paralelos también entre los atributos y la función de este Hijo del Hombre en el libro de Enoc, con profecías mesiánicas en Jeremías, Isaías, Daniel y otros profetas canónicos.

Otras partes, nos remitirán a conceptos que hasta el momento hubiésemos asociado solo con Yeshúa y la teología mesiánica, tal como el siguiente:

El se sentó sobre el trono de su gloria y la suma del juicio le ha sido dada al Hijo del Hombre y Él ha hecho que los pecadores sean expulsados y destruidos de la faz de la tierra. […] A partir de entonces nada se corromperá, porque este Hijo del Hombre ha aparecido y se ha sentado en el trono de su gloria, toda maldad se alejará de su presencia y la palabra de este Hijo del Hombre saldrá y se fortalecerá ante el Señor de los espíritus. Esta es la tercera parábola de Enoc.

Enoc 69:27,29

El momento más problemático llega en el capítulo 71, cuando Enoc, trasladado al cielo, le es revelada la identidad de este misterioso hijo del hombre (énfasis dado a las palabras en negrita):

Vino a mí, me saludó con su voz y me dijo: tú eres el Hijo del Hombre que ha sido engendrado por la justicia, la justicia reside sobre y la Cabeza de los Días no te abandonará». Me dijo: «Él proclamará sobre ti la paz, en nombre del mundo por venir, porque desde allí ha provenido la paz desde la creación del mundo y así la paz estará sobre ti para siempre y por toda la eternidad. 

Enoc 71:13-14

A pesar de que a muchos les guste especular acerca de las posibles “profecías mesiánicas” contenidas en el libro de Enoc, es importante reconocer que el autor atribuyó estas características y título a Enoc mismo.

Para sumar a la confusión, un traductor del libro de Enoc al inglés, llamado R.H. Charles, traducción de la cual provienen muchas de las versiones que se encuentran distribuidas en internet, cambió erróneamente la traducción para que las referencias al Hijo del Hombre apareciesen en tercera persona. Es decir, en lugar de leerse: “Tú eres el hijo del hombre”, en su versión se lee: “Este es el Hijo del Hombre” y de la misma manera en las demás instancias. Esto se debe a la intención de querer alinear este texto con el entendimiento cristiano de quién es el Hijo del Hombre. Sería inaceptable desde la perspectiva cristiana, aceptar que Enoc fuera ese Hijo del Hombre descrito en el texto, cuando Yeshúa se describe a sí mismo de la misma manera.

Conclusión

No es la intención de este artículo confundir a nadie ni poner al lector en la posición de elegir quién es “El Hijo del Hombre“. En la perspectiva judía una cosa no contradice a la otra, a pesar de que aparenten ser mutuamente excluyentes. Como les compartí, el término: Hijo de hombre , e: Hijo del hombre, aparecen de manera extensa en las Escrituras Hebreas.

Por el otro lado, tanto si uno acepta o no el libro de Enoc como “inspirado”, se tiene que aceptar y tener conocimiento, de que el autor atribuyó a Enoc mismo este título.

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Yom Tru’á – ¡Despiértate!

Un ruido. Un estruendo ¡A poner atención! Se anuncia la llegada del Rey. 

Estas son algunas de las ideas que nos pueden venir a la mente cuando pensamos en Yom Tru’á. La llegada del séptimo mes trae consigo el final de un ciclo. La tierra dio su fruto y se prepara ahora para recibir las lluvias de estación que llegarán generalmente para sucot. El sol se aleja del hemisferio norte hacia el hemisferio sur, marcando el equinoccio otoñal. 

Este tiempo era considerado por el Israel antiguo y preservado en el judaísmo moderno como un tiempo de juicio. De hecho otro nombre tradicional para yom tru’á es yom haDin; el día del juicio. No es por casualidad que, también tradicionalmente, se le haya asignado la constelación de Libra a este mes, que es la balanza. En donde Dios pesa las acciones de los hombres. A partir de yom tru’a, de hecho, comienza un período bastante solemne de diez días, hasta yom kipur.

Una de las únicas cosas en las que todos concuerdan que se hace en este día es hacer sonar el shofar. El significado detrás de esto es que es un anuncio. Una alerta. Un llamado a despertarse.

¿De dónde viene y qué significa el término hebreoYom tru’á?

El término Yom tru’á aparece sólo una vez en las escrituras, en Números 29:1:

En el séptimo mes, el primero del mes, tendréis santa convocación; ninguna obra de siervos haréis; os será día de sonar las trompetas (Yom tru’á).

La otra ocasión en la que se nos ordena observar este día, se halla en Levítico 23:24:

Habla a los hijos de Israel y diles: En el mes séptimo, al primero del mes tendréis día de reposo, una conmemoración al son de trompetas (zijrón tru’á), y una santa convocación.

La palabra tru’á es traducida como “trompeta” en ambas ocasiones a pesar de que este no es el significado correcto de la palabra. De hecho, existe una palabra en hebreo para trompeta; jatzotzrá (Num 10:2, 31:6).

La palabra tru’á, no es el instrumento que se utiliza para hacer un sonido, sino el sonido mismo. Y este sonido no tiene que ser necesariamente el de una trompeta (aunque también lo puede ser), pero haciendo un estudio de la palabra en las Escrituras podemos encontrar por ejemplo, el término tru’á en las siguientes instancias (entre muchas más):

  • La alarma que se anunciaba con trompetas cuando había peligro inminente (Num 10:9).
  • El grito que lanzó todo el pueblo luego de rodear Yericó, cuando cayeron las murallas (Jos 6:5).
  • Los gritos de alegría en tiempos del rey David, cuando entraron con el arca (2Sa 6:15).

Como vemos, el término tru’á no está limitado a un uso positivo ni negativo en especial, pero deberemos meditar y considerar la palabra en el amplio contexto de las Escrituras, para tener una mejor idea del significado profético de este tiempo señalado del Creador. 

Si te interesa profundizar más sobre este tiempo señalado del Creador, te invitamos a descargar el estudio en PDF de 13 páginas, Yom Tru’á – La Última Trompeta, para estudiarlo con tu familia o grupo de estudio!

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Av y Ben – El misterio del Padre y el Hijo

Cuando ponemos las palabras av (padre) y ben (hijo) juntas, sucede algo maravilloso en la lengua hebrea…

A pesar de que Yeshúa conocía el nombre del Padre, es interesante cómo, cuando le preguntaron sus discípulos acerca de la manera correcta de orar, él no incluyó ese nombre en esa oración:

[…] Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. […] Mt 6:9-10

Padre nuestro en hebreo, es: avinu (אַבינוּ). Sin el posesivo (‘nuestro’), tenemos la palabra padre; av (אַב). Esta palabra es utilizada tanto para un padre terrenal, como para el Padre celestial.

(Muchos reconocen la palabra Abba como ‘padre’. Abba es la forma aramea de la palabra hebrea ‘av’, Rom 8:15)

Un ejemplo de los profetas anteriores a Yeshúa, que también entendían el vínculo entre Dios y su Creación como el vínculo entre un padre y sus hijos viene de Malaquías 2:10:

¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?

אַב

Las letras hebreas que componen esta palabra son extremadamente interesantes, y es por este tipo de razones que considero la lengua hebrea como una lengua celestial.

Sabemos que la letra alef (א) es la primera letra del alfabeto hebreo. Es por eso que históricamente esta letra fue asociada con el Padre, el Creador. El número uno. “Shemá Israel”, Oye Israel, Yehováh es uno, EJAD. Esto equivale a la letra alef.

La letra bet, la segunda y última letra de la palabra av, es (no) coincidentemente, ¡la segunda letra del alfabeto hebreo! Después del uno viene el dos. El concepto del “segundo”, el “dos”, ya existe dentro del “primero”, tal como la simiente, el potencial de un hijo, existe en el padre, incluso antes de engendrar.

Para asombro de cualquier persona que aprenda esto, ¿Sabía cuál es la palabra hebrea para hijo?

בֵּן (ben)

Como les mencionaba más arriba, el número dos puede tomarse como representación del hijo, ya que es quién viene después del uno, el padre. Es por eso que la palabra ben, hijo, comienza justamente con esta misma letra. Resulta interesante que la segunda letra en: ben, es la: nun. ¿Recuerdan a Yehoshúa ben nun? (Josué). La letra nun representa una semilla, algo que tiene potencial de vida y de crear continuidad, en el sentido de descendencia.

En el antiguo Medio Oriente el engendrar un hijo (varón) era de suma importancia, ya que desde la perspectiva del padre, él era la única oportunidad para la continuidad de su nombre, de su casa, de su herencia. El linaje era extremadamente importante y es por eso que no existían los apellidos en ese entonces, sino que uno era llamado: “hijo de…”. Esta era una forma más en la que este vínculo entre padre e hijo era fortalecido.

Cuando ponemos las palabras av (padre) y ben (hijo) juntas, sucede algo maravilloso (el hebreo se lee de derecha a izquierda, por eso acomodé el español de la misma forma):

אַב+בֵּן=אֶבֶן
even=ben+av

¡La unión del padre y el hijo equivale a una piedra! La fortaleza y la permanencia de una piedra es comparable a la de la unión entre un padre y un hijo.

Con esto en mente podemos entender la pasión de Yeshúa, llamando a Yehováh su padre, considerando la fortaleza de la unión con Él como Su hijo, y enseñando a otros a tener el mismo tipo de vínculo.