Todos los años para este época, escucho personas decir que la celebración de Jánuca no aparece en la Biblia y que por tal razón no debemos de celebrarla; o también, que Jánuca es una fiesta que celebran sólo los judíos, lo cual sería otra razón por la que no debemos observarla.
¿Pero sabía usted que el libro de los Macabeos, de donde se deriva la historia de Januca, contiene toda una enseñanza de cómo un remanente de Israel fue librado de sus enemigos por la mano poderosa del Altísimo?
Permítame contarle lo sucedido…
Después de que Alejandro el grande reinara por doce años, murió y su reino quedó dividido en cuatro. De esa división surgió un rey malvado, llamado Antíoco Epífanes. Este no buscó inicialmente la muerte del pueblo de Israel, sino la destrucción de su fe, a saber de su Torá (su ley) y sus mandamientos, prohibiendo a los israelitas circuncidar a sus hijos, celebrar las Fiestas de Yehováh y profanando el Templo en Jerusalén.
Fueron tiempos muy duros para el pueblo de Israel, tanto así que los griegos construyeron un gimnasio en Jerusalén, donde también los varones israelitas corrían desnudos no solo deshonrando la integridad de sus cuerpos, sino que también se reconstruyeron sus prepucios para que no se les notara la circuncisión, rechazando de esta manera el pacto que Yehováh había hecho con sus padres.
Un gran sector de la población israelita había decidido renunciar a su fe, viviendo y actuando como los que no temen a Dios, haciendo toda clase de maldades incluyendo sacrificios de animales impuros a dioses paganos. El objetivo de Antíoco Epífanes era que los israelitas rechazaran la Torá y los mandamientos de Yehováh; y el que no obedeciera sería condenado a muerte.
Pero hubo un hombre y su familia que decidió no doblegarse ante las órdenes de este rey malvado, sino que tuvo la valentía de luchar por defender su fe, aunque esto les costara la vida. Su nombre era Matatías, un sacerdote de Israel.
“Aunque todas las naciones obedezcan a Antíoco Epífanes, yo, mis hijos y todos mis familiares seremos fieles al pacto que Dios hizo con nuestros padres”.
Estas fueron las palabras de ese valiente que se mantuvo fiel.
Después de su muerte, uno de sus hijos, Judas Macabeo quedó a cargo de lo que era ya un pequeño ejército que lideraba una rebelión contra el rey Antíoco. Judas logró vencer a los enemigos de Israel en muchas ocasiones, y el libro de Macabeos nos muestra la clave de su éxito:
“…pidámosle a Yehováh que acabe con este ejército enemigo que quiere destruirnos, para que todas las naciones reconozcan que el pueblo de Israel cuenta con un Dios que lo libra y lo salva” 1 Macabeos 4:10-11.
Eso mismo es lo que recordamos y celebramos en esta época de Januca. ¡Yehováh el Dios de Israel, el único Dios verdadero, es el que nos libra y nos salva de nuestros enemigos!
¡Bendito sea tu nombre Yehováh!