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Josías, el joven rey que reformó a Israel

Tal como Josías lideró a Judá hacia el arrepentimiento y la obediencia, nosotros también podemos ser instrumentos de cambio en nuestras familias, comunidades o lugares de trabajo.

Josías tenía solo ocho años cuando se convirtió en rey de Judá, después del asesinato de su padre, el rey Amón. Reinó 31 años y es mencionado en la genealogía de Yeshúa en el Evangelio según Mateo.

A los 18 años, Josías le ordenó al Sumo Sacerdote Hilcías que usara el dinero recaudado de los impuestos a lo largo de los años para restaurar el Templo. Durante este tiempo, Hilcías hizo un descubrimiento majestuoso, al encontrar un rollo descrito como “El libro de la Ley” en la Casa de Yehováh, el cual contenía las palabras dichas por Moisés.

Cuando Hilcías trajo este rollo delante de rey Josías, se lo leyeron; y cuando el rey hubo escuchado las palabras de este libro se “rasgó sus vestiduras” y se alarmó de que las calamidades mencionadas en el libro pudieran caer sobre él y el pueblo por no observar los mandamientos de Yehováh.

La reacción de Josías al escuchar el Libro de la Torá nos enseña la importancia de tener un corazón sensible a la corrección divina. Cuando reconoció que su pueblo estaba lejos de los mandamientos de Yehováh, no buscó justificar el pecado ni ignorar la advertencia. En cambio, se humilló y buscó el consejo del Altísimo. Esto nos recuerda que, cuando nos enfrentamos al error, nuestra primera respuesta debe ser un arrepentimiento genuino que nos lleve a actuar. El Todopoderoso honra a aquellos que se humillan delante de Él, como lo hizo con Josías, quien logró evitar que el juicio cayera durante su reinado.

Luego, el rey Josías envió a consultarle a la profetisa Hulda si toda esta calamidad le acontecería, y ella le aseguró que el mal anunciado sí vendría, pero no en sus días, debido a su corazón humilde y arrepentido.

“…y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Yehováh, cuando oíste lo que yo he pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Yehováh” 2 Reyes 22:19.

Posteriormente, se convocó una asamblea de los ancianos de Judá, de Jerusalén y de todo el pueblo, y renovaron el antiguo pacto con Yehováh.

Todo esto provocó que Josías se diera a la tarea de limpiar la tierra de la idolatría. Fomentó la adoración exclusiva a Yehováh y prohibió todas las demás formas de culto. Limpió el Templo en Jerusalén de los instrumentos y emblemas de la adoración a Baal y “el ejército del cielo”, y destruyó los santuarios locales corruptos y lugares altos, desde Beerseba en el sur hasta Betel y las ciudades de Samaria en el norte. ¡Incluso exhumó los huesos de los sacerdotes muertos de Betel y los quemó en sus altares! Josías también restableció las celebraciones de Pésaj a tal punto que la escritura hace una pausa y destaca la manera en que esto se llevó a cabo:

“Nunca fue celebrada una pascua (pésaj) como esta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías, con los sacerdotes y levitas, y todo Judá e Israel, los que se hallaron allí, juntamente con los moradores de Jerusalén.” 2 Crónicas 35:18.

Además, Josías destruyó altares e imágenes de deidades paganas en las ciudades de las tribus de Manasés, Efraín y Simeón, y devolvió el Arca del Pacto al Templo de Yehováh. La única excepción a esta destrucción fue la tumba de un profeta anónimo que se encontraba en Betel, quien había predicho que estos lugares religiosos que había levantado Jeroboam serían destruidos algún día. Josías ordenó que se dejara en paz la tumba del “hombre de Dios” y del profeta de Betel, ya que estas profecías se habían hecho realidad.

Josías fue un gran rey que siguió los pasos de su padre David y se volvió hacia Yehováh con todo su corazón, alma y fuerza. Ni antes ni después, hubo un rey como él que siguiera todas las leyes de Moisés. (2 Reyes 22:2; 23:25; 2 Crónicas) 34:2; 35:18).

“E hizo [Josías] lo recto ante los ojos de Yehováh, y anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda… No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Yehováh de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual” 2 Reyes 22:2, 23:25.

Josías no solo se arrepintió personalmente, sino que también guió a toda su nación hacia una renovación espiritual. Limpió la tierra de idolatría, restauró el Templo y devolvió el centro de la adoración a Yehováh. Este ejemplo nos desafía a tomar decisiones valientes para influir en nuestro entorno. A veces, nuestras acciones pueden parecer pequeñas, pero cuando están alineadas con la voluntad de Yehováh, tienen el poder de impactar a muchos. Tal como Josías lideró a Judá hacia el arrepentimiento y la obediencia, nosotros también podemos ser instrumentos de cambio en nuestras familias, comunidades o lugares de trabajo.


Rebeca y los camellos

En busca de una esposa fiel

Hay decisiones que tenemos que tomar y que son trascendentales, porque después de hacerlas, nuestras vidas tomarán rumbos significativamente diferentes.

A lo largo de nuestra vida, hay decisiones que tenemos que tomar y que son trascendentales, porque después de hacerlas, nuestras vidas tomarán rumbos significativamente diferentes; tal es el caso de la búsqueda de un cónyuge.

En la narración bíblica de Génesis 24, encontramos una enseñanza profunda sobre la obediencia, la fe y la importancia de buscar la voluntad divina cuando se trata de asuntos tan cruciales como el matrimonio.

Abraham, consciente de la importancia de preservar la bendición de Dios sobre su descendencia, confió a su siervo de mayor confianza la misión de buscar una esposa para su hijo Isaac. Para asegurarse de que esta compañera compartiera la fe y valores de su familia, lo instruyó para que no la buscara entre las hijas de los cananeos.

Tras un largo viaje, el siervo, confiando en la guía divina, oró pidiendo una señal clara para identificar a la mujer correcta. Entonces apareció Rebeca, mostrando notable hospitalidad al ofrecer agua para él y sus camellos, cumpliendo con los criterios buscados mediante la oración y confirmando así que ella era la elección divina. La selección de una esposa que compartiera los principios de Abraham y su fidelidad al Dios Altísimo era fundamental para que se cumplieran las promesas hechas a Isaac y su descendencia.

Este relato contrasta con la experiencia de otros personajes bíblicos, como Esaú, cuyas esposas cananeas causaron dolor a sus padres al no compartir su fe. Asimismo, el ejemplo de Salomón, quien fue desviado de su devoción al Dios de Israel por sus esposas extranjeras, subraya las consecuencias de ligar el destino con alguien que no comparte la misma fe.

La insistencia de Abraham en asegurar una esposa adecuada para Isaac no era una cuestión de exclusión cultural, sino de preservar la pureza de la fe. Dios deseaba que su pueblo permaneciera apartado y fiel, libre de influencias que pudieran desviarlo de la adoración verdadera.

El ejemplo de Abraham es una lección sobre la búsqueda de la dirección divina en decisiones importantes, especialmente en el matrimonio. Nos recuerda que las cualidades de fe, carácter y fidelidad a Dios son esenciales para cumplir con los propósitos divinos, tal como expresa Proverbios 3:5-6:

“Fíate de Yehováh de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.


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Abraham y la Torre de Babel

¿Qué relación podría existir entre una multitud de personas que hicieron lo malo delante de los ojos de Yehováh y el patriarca Abraham?

Quizás, antes de responder a ese interrogante, deberíamos de hacernos otra pregunta, ¿cuál fue realmente el pecado de tales personas?

Analicemos el texto por un momento:

“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo…” Génesis 11:1-4. 

¿Qué hay de malo en edificar una ciudad y una torre? ¿Será acaso que lo que enfadó a Dios fue que la torre llegara al cielo?

El versículo 4 nos revela que el pecado de esta gente fue su altivez y arrogancia: “…hagámonos un nombre”. El objetivo de estas personas era  hacerse un nombre para nunca ser olvidados en caso de que fueran dispersados por toda la tierra y es aquí donde la historia de Abram (su nombre en ese entonces) se conecta con la Torre de Babel.

Las Escrituras nos relatan que Abram, hijo de Taré, decidió casarse con Sarai (su nombre en ese momento) sin importar el hecho de que ella era estéril (Gen 11:30). Esto significaba que Abram no iba a tener descendencia lo cual era la única manera para que su nombre se prolongara y pudiera a la vez tener un heredero.

Esta acción de Abram agradó tanto a Yehováh, al punto que justo en el siguiente capítulo Yehováh lo llama para que salga de su tierra y deje su parentela, y le promete una serie de cosas que incluían hacer de él una gran nación, bendecirlo, ser bendición y ¡engrandecer su nombre!

La intención de Abram nunca fue la de engrandecer su nombre tal como la de los hombres de Babel, por el contrario, él se mostró humilde, y no tuvo problema de tomar a una mujer estéril como esposa sin esperanza de tener descendencia.

Esto es lo que Dios estaba buscando, un hombre en toda la tierra que no buscara su propia gloria y lo encontró en Abram. Como recompensa, Yehováh lo honró no sólo prometiéndole que “engrandecerá su nombre” sino que le promete que de sus lomos hará salir una gran nación y eventualmente le cambia su nombre por Abraham que significa ‘padre de muchas naciones’.

La bendición de Abraham no terminó ahí ya que Yehováh le promete fidelidad diciéndole de la siguiente manera:

“Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” Génesis 12:3.

Vemos también que Yehováh le revela su nombre a Abraham:

“…e invocó allí Abram el nombre de Yehováh” Génesis 13:4.

La relación de Abraham con Yehovah llega a tal nivel que Dios mismo llama a Abraham como a nadie más en las Escrituras:

“Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo” Isaías 41:8.

Abraham se convierte en un confidente de Yehováh, el único Dios verdadero, al punto que Yehováh le confía a Abraham sus planes:

“¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra?” Génesis 18:17-18.

Que gran lección podemos aprender del padre Abraham, que confirma lo dicho por el salmista, ciertamente Yehováh atiende al humilde y mira de lejos al altivo.

THE PLAGUE OF ASHDOD or EPIDEMIC AMONG THE PHILISTINES. The Old Testament scene shows God's destruction of the temple and idol of Dagon. Engraving by Picart after Poussin painting of 1660.

¿Por qué Yehováh castigó a David por hacer el censo?

Una posible respuesta es que David no estaba confiando en Dios por su seguridad, y buscaba consuelo en el poder militar de la nación.

“Volvió a encenderse la ira de Yehováh contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Vé, haz un censo de Israel y de Judá” 2 Samuel 24:1.

En el pasaje anterior vemos que Yehováh fue quien “incitó a David” a realizar un censo, y luego en 2 Samuel 24:12 vemos que Yehováh lo disciplina por haberlo hecho, lo cual nos lleva a cuestionar el porqué de este castigo.

Analicemos el texto, lo que está ocurriendo y posteriormente veamos una posible explicación.  Este evento histórico se registra tanto en 2 Samuel 24 como en 1 Crónicas 21, aunque en el libro de las Crónicas el relato es un poco diferente, de lo cual nos ocuparemos más adelante.

En 2 Samuel 24:2 vemos cómo David le pide a su general Joab, que cuente a los hombres de Israel y Judá. Más adelante se nos dice que David quería específicamente un censo de los militares. 

   “Y dijo el rey a Joab, general del ejército que estaba con él: Recorre ahora todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Beerseba, y haz un censo del pueblo, para que yo sepa el número de la gente”.

Sin embargo, a Joab no le gustó la idea y le preguntó a David por qué deseaba que se hiciera el censo (2 Samuel 24:3). David insiste en que se realice (2 Samuel 24:4 y 1 Crónicas 21:4) y sus hombres obedecen.  Pero, ¿por qué David quería un censo?

La Escritura en realidad no lo menciona. Sin embargo, una posible respuesta es que David no estaba confiando en Dios por su seguridad, y buscaba consuelo en el poder militar de la nación. David quería que incluso los sacerdotes fueran contados (1 Crónicas 21:6). Joab considera que esto es “abominable” y se niega a contar a los hombres de las tribus de Benjamín y Leví (1 Crónicas 21:6). Los sacerdotes no debían servir en el ejército. Números 1:1-16, 47; 2:32-33 no incluyó a la tribu de Leví como una tribu militar.

Yéndonos muchos años atrás, cuando Moisés realizó el censo del pueblo, se nos dice que “todos los contados fueron 603,550” (Números 1:46). Ese conteo lo hizo en obediencia, ya que Yehováh así lo había pedido. La nación había crecido. En ese momento Israel y Judá sumaban probablemente más de 2 millones de personas, incluidas mujeres y niños.

Volviendo al relato del censo, David se dio cuenta de que ha pecado y Yehováh le respondió dándole a escoger entre tres castigos distintos.

“Después que David hubo censado al pueblo, le pesó en su corazón; y dijo David a Yehováh: Yo he pecado gravemente por haber hecho esto; mas ahora, oh Yehováh, te ruego que quites el pecado de tu siervo, porque yo he hecho muy neciamente. ” 2 Samuel 24:10. 

En este punto Yehováh le envía al profeta y le permite a David escoger. Cada castigo implicaba muerte. Sin duda, esto preocupó el corazón de David pero al mismo tiempo Yehováh estaba usando esto para que confiara en Él y no en la fuerza militar.

“Y viniendo Gad a David, le dijo: Así ha dicho Yehováh: Escoge para ti: o tres años de hambre, o por tres meses ser derrotado delante de tus enemigos con la espada de tus adversarios, o por tres días la espada de Yehováh, esto es, la peste en la tierra, y que el ángel de Yehováh haga destrucción en todos los términos de Israel. Mira, pues, qué responderé al que me ha enviado.” 1 Crónicas 21:11-12.

David escogió la última opción porque prefirió “caer en manos de Yehováh” y no en las de los hombres. Yehováh respondió a su pedido enviando la pestilencia. 

“Así Yehováh envió una peste en Israel, y murieron de Israel setenta mil hombres.” 1 Crónicas 21:14.

“Y dijo David a Dios: ¿No soy yo el que hizo contar el pueblo? Yo mismo soy el que pequé, y ciertamente he hecho mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Yehováh Dios mío, sea ahora tu mano contra mí, y contra la casa de mi padre, y no venga la peste sobre tu pueblo.” 1 Crónicas 21:17.

A este punto podemos ver que David finalmente se arrepiente y admite que está equivocado y ha pecado. Esto responde al mismo tiempo la pregunta inicial de por qué Yehováh castigó a David por el censo. Él sabía que había fallado al no poner su confianza en Yehováh. Algunos podrían no estar de acuerdo con esta posición lo cual es muy válido, ya que argumentarían que David hubiera pecado por no obedecer a Yehováh habiendo sido Él mismo el que mandó el censo. Pero, ¿fue realmente Yehováh el que incitó a David a hacer el censo?

Es aquí donde 1 Crónicas 21:1 nos brinda una luz. En este pasaje leemos que Satanás fue el que llevó a David a realizar el censo. 

“Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel”.

Este escenario nos hace recordar la manera en que opera Satanás y como Yehováh permite en ocasiones que sus siervos sean afligidos por el adversario, como fue el caso de Job. 

Y Yehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa?

Note que en el pasaje anterior Satanás fue el que “incitó” a Yehováh a irse en contra de Job para “arruinarlo sin causa”. Algo similar sucedió aquí, la diferencia fue, que contrario a Job, David cedió en esta ocasión y por ende pecó contra Yehováh, obteniendo la consecuencia de su pecado. Necesitamos entender que Yehováh permite que seamos probados; pero lo importante es estar atentos y permanecer firmes.

¡Shalom!

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El verdadero significado del Arcoíris

Cada vez que aparece un arcoíris, estamos ante una prueba visual de que Dios es bueno y cumple lo que promete.

Cada vez que vemos un arcoíris estamos mirando una promesa eterna de Yehováh. En la historia de Noé, el Altísimo hizo un pacto con la humanidad, comprometiéndose a nunca más destruir la tierra con un diluvio. No fue simplemente una promesa; es un recordatorio constante de Su amor, Su misericordia y Su fidelidad inquebrantable.

En Génesis 9:12-17, después de que el diluvio cubriera la tierra y purificara el mundo de la maldad, el Creador hizo un pacto con Noé y toda su descendencia:

“He aquí que establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con vosotros… Este es el pacto eterno que hago con ustedes: nunca más destruiré toda carne con el diluvio de aguas.”

Como recordatorio visible de su promesa, el Todopoderoso colocó el arcoíris en el cielo. Este no es solo un pacto temporal; es una promesa eterna y firme que permanece hasta el presente. Yehováh, quiso dejarnos una señal que trascendiera las generaciones y los siglos, para que cada persona que mirara el arcoíris supiera que Él no es un Dios que se olvida o abandona, sino Uno que honra y cumple Su palabra.

Yehováh honra Su Palabra

El Creador es fiel a Su palabra, aun cuando la humanidad no siempre responda con fidelidad. Aunque las generaciones posteriores al diluvio hemos fallado, desobedecido y seguido caminos alejados de Él, nunca quebró Su promesa. Como dice Lamentaciones 3:22-23:

“Por la misericordia de Yehováh no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; ¡grande es tu fidelidad!”

Estos versículos nos recuerdan que el amor de Dios es constante y que con cada nuevo amanecer Él renueva su misericordia para nosotros. En otras palabras, a pesar nuestros errores y debilidades, Yehováh permanece fiel, reafirmando Su promesa de protección sobre el mundo que creó.

En el Salmo 89:1-2, el salmista declara:

Las misericordias de Yehováh cantaré perpetuamente; de generación en generación haré notoria tu fidelidad con mi boca. Porque dije: Para siempre será edificada misericordia; en los cielos mismos afirmarás tu fidelidad.

Aquí, la fidelidad de Yehováh es descrita como inquebrantable y continua a través de todas las generaciones y se expande como el cielo sobre nuestras cabezas, de manera firme e inmutable.

¿Qué significa el Arcoíris?

Cada vez que aparece un arcoíris, estamos ante una prueba visual de que Dios es bueno y cumple lo que promete. Aun en tiempos de oscuridad y de conflicto, el arcoíris es una declaración de que el Altísimo sigue ahí, sosteniendo el mundo con amor y compasión. Es un llamado silencioso, pero poderoso, que nos recuerda Su fidelidad. No importa cuántos errores cometamos o cuán lejos podamos sentirnos de Él, el arcoíris es una invitación a a regresar, recordando que Su pacto es eterno y que Su amor permanece inalterable.

El arcoíris nos invita a reflexionar acerca de nuestro propio compromiso con Yehováh. Si nuestro Padre celestial cumple Su palabra de manera tan fiel, ¿cómo respondemos? ¿Estamos viviendo de acuerdo con Su voluntad, honrando la vida que Él nos ha dado y cuidando la Creación que nos ha confiado? Cada vez que vemos la señal en el cielo, tenemos la oportunidad de hacer una pausa y recordar que estamos incluidos en una gran promesa, y que el Plan Divino continúa desarrollándose.

Un llamado a volver al Creador

Cuando aparece el arcoíris tras la lluvia, podemos mirar alrededor y ver las pruebas del amor y fidelidad de Yehováh por todas partes: en el amanecer, en la naturaleza, en las relaciones que disfrutamos, en nuestros talentos, etc. Esta señal nos invita a reflexionar sobre nuestras vidas, de manera que podamos reconocer dónde hemos fallado para corregiros y acercarnos a Él. Al hacer esto, estamos no solo honrando el pacto de Dios, sino también experimentando la paz y la seguridad que vienen de una relación cercana con Él.

Vivimos en un mundo que cambia constantemente, donde la incertidumbre y el temor pueden llenar nuestras mentes y corazones. Sin embargo, el arcoíris nos recuerda que hay Alguien eterno y confiable en quien podemos esperar.

Así que la próxima vez que veas un arcoíris, tómate un momento para agradecer a Yehováh por Su fidelidad. Permítete recordar que, a pesar de tus fallas, Su amor permanece. Y si alguna vez te sientes sin rumbo o distante de Él, deja que el arcoíris sea una llamada Suya para volverte a Él, para cambiar tu rumbo y vivir en la luz de Su misericordia. Recuerda: El pacto de Yehováh es eterno, y Su amor es inagotable. Que este recordatorio nos inspire a caminar con fe y a mantenernos en los caminos de Aquel que siempre cumple Sus promesas.


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Parashá – VeZo’t HaBrajah – La Profecía final para las Tribus de Israel
Deuteronomio 33:1 – 34:12

VeZo’t HaBrajah es la última porción del ciclo de lectura de las parashot y nos transporta a un momento crucial en la historia de Israel: la bendición final de Moisés antes de su muerte. Como profeta y líder incansable, Moisés ofrece palabras de aliento, esperanza y dirección a cada tribu, destacando su rol único dentro del pueblo de Yehováh. Esta escena no sólo marca el cierre de su liderazgo, sino también un legado eterno que continúa moldeando al pueblo de Israel a lo largo de los siglos. Moisés, consciente de su cercanía con el Todopoderoso, actúa no como una figura distante, sino como un líder profundamente conectado con el futuro de su gente.

A través de sus bendiciones, Moisés no solo habla de prosperidad material, sino de las responsabilidades espirituales. Cada tribu tiene un propósito y una función específica en el gran plan divino, y el liderazgo de Moisés se extiende más allá de su vida física, inspirando a las generaciones a abrazar su misión con fe y dedicación. Al reflexionar sobre estas palabras, somos llamados a considerar nuestro propio legado y el impacto que dejamos en los demás, mientras continuamos caminando bajo la guía de la sabiduría divina.

Esta porción nos hace recordar que el liderazgo verdadero no se mide solo por los logros inmediatos, sino por el impacto duradero que dejamos en quienes nos rodean. Moisés, en su última bendición, demuestra que el propósito de un líder no es obtener reconocimiento personal, sino asegurar que aquellos bajo su cuidado estén preparados para cumplir con sus propósitos de vida. Aunque Moisés no entra en la Tierra Prometida, su legado continúa vivo en las generaciones futuras, reflejando que el plan de Yehováh trasciende a cualquier individuo.

Este cierre del ciclo de la Torá nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida y misión. Como Moisés, somos parte de una historia más grande, y aunque nuestras contribuciones puedan parecer pequeñas, son esenciales en el plan divino. El estudio y la reflexión sobre la Torá no terminan aquí, sino que nos motivan a seguir creciendo, a transmitir sabiduría, y a mantener viva nuestra fe en el futuro, confiando en las promesas eternas del Todopoderoso.

Preguntas para reflexionar:

  1. ¿Por qué cree que Moisés bendijo a cada tribu de Israel de manera diferente antes de morir?

2. Moisés no pudo entrar en la Tierra Prometida, pero Yehováh le permitió verla desde lejos. ¿Qué nos enseña esto sobre confiar en los planes del Altísimo, incluso cuando no siempre vemos los resultados de inmediato?

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Parashá Ki Tavo – Renovación del Pacto y Compromiso con la Torá
Deuteronomio 26:1 – 29:8

La parashá Ki Tavo es un momento clave en la historia del pueblo de Israel. Después de salir de Egipto y cruzar el desierto, los hijos de Israel se preparan para ingresar a la Tierra Prometida, de la mano de Josué. Moisés da instrucciones detalladas sobre lo que deben hacer cuando lleguen a esa tierra, empezando con el importante acto de ofrecer las primicias, los primeros frutos de sus cosechas como gesto de agradecimiento hacia Yehováh por haberles dado una tierra fértil y por todas las bendiciones recibidas. Será un recordatorio de que su éxito no es por su mano, sino por la bondad del Todopoderoso.

Además, Moisés explica las bendiciones que recibirán si siguen las instrucciones del Altísimo, pero también advierte sobre las graves maldiciones que enfrentarán si las desobedecen. Tales advertencias incluyen desde la pérdida de prosperidad hasta el exilio. La parashá nos invita a reflexionar sobre la importancia de la obediencia, la gratitud y la responsabilidad. Es un llamado a recordar que las acciones tienen consecuencias, y que al seguir el camino de la Torá, la vida puede estar llena de bendiciones.

Al final de esta porción, Moisés recuerda al pueblo todas las maravillas que Yehováh ha hecho por ellos, desde la liberación en Egipto hasta su sustento en el desierto. Narra cómo fueron testigos de señales poderosas, como las plagas, el cruce del Mar Rojo y el maná que descendía del cielo diariamente para alimentarlos, y destaca que a pesar de haber vivido todos estos milagros, el corazón del pueblo aún no había sido plenamente transformado. Solo ahora, después de años de viaje y experiencias, están comenzando a comprender la profundidad y la magnitud del pacto que han hecho con su Creador, reconociendo que no se trata solo de observar mandamientos, sino de internalizar una relación más cercana y consciente con Yehováh.

Es en este momento, justo antes de que entren a la tierra prometida, que se hace un llamado crucial a la renovación espiritual y al compromiso continuo con la Torá. El pacto no es un evento aislado del pasado, sino algo vivo y continuo que requiere constante reflexión y acción. Al estar a las puertas de una nueva etapa en su historia, el pueblo de Israel debe entrar en la tierra no solo con cuerpos libres, sino con corazones que comprenden y abrazan plenamente el propósito del Padre en sus vidas.

Preguntas para reflexionar:

    1. ¿A qué se refiere Moisés cuando le dice al pueblo que solo ahora están comenzando a entender el pacto con Yehováh, después de haber visto tantos milagros en el desierto?
    2. ¿Qué significa renovar nuestro compromiso con Yehováh? ¿Cómo podemos hacer eso en el presente?
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La Idolatría en días de los Jueces

En el relato de Jueces se puede ver cómo, una y otra vez se desarrolla un ciclo de apostasía y liberación.

El Libro de los Jueces nos cuenta la historia de Israel desde la muerte de Josué, hasta el llamado del profeta Samuel; y es fácil observar la idolatría y el anarquismo en que vivían los hijos de Israel en aquellos días. Algunas de estas historias son extrañas, trágicas, espantosas, así como el nivel de maldad al que llegaron. Sin embargo, vemos que la mano de Yehováh ayudó a Israel, a pesar de que la mayor parte del pueblo había decaído espiritualmente en ese momento.

Estatua de la diosa Inanna, o Ishtar o Easter. En la mitología egipcia, ella era la reina de los cielos, la diosa del amor, la belleza, la fertilidad, la guerra, la justicia y el poder político.

Después de que Yehováh trajo milagrosamente a los hijos de Israel a la tierra prometida, la figura de Josué no fue reemplazada por otro líder, puesto que su plan original era que los israelitas vivieran bajo Su gobierno, con la guía de los ancianos que Moisés y Josué habían establecido. El gobierno se descentralizó y se volvió tribal, sin embargo, ese sistema no dio buen fruto; además de eso Israel no expulsó a todos los cananeos y eso provocó que adoptara muchas de sus malas costumbres.

Los hijos de Israel perdieron su unidad y se mantuvieron divididos en tribus y familias. Evidentemente, en el relato de Jueces se puede ver cómo una y otra vez se desarrolla un ciclo de apostasía y liberación. Este ciclo comenzó cuando Israel se olvidó de Yehováh y se involucró en prácticas paganas tales como la idolatría de los cananeos. Una y otra vez los israelitas hicieron lo malo delante de los ojos de Yehováh por lo que Él los entregó en manos de sus enemigos. Israel perdió su protección de parte del Altísimo, y esto hizo que sus enemigos los oprimieran. El libro de los Jueces nos muestra la caída de Israel y su rebelión a medida que fallaba en cumplir su llamado a ser una nación santa.

Luego de la muerte de Josué, el pueblo, olvidándose de Yehováh y de lo que Él había hecho por ellos, se fue en pos de los baales.

“Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Yehováh, y sirvieron a los baales. 12 Dejaron a Yehováh el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Yehováh. 13 Y dejaron a Yehováh, y adoraron a Baal y a Astarot” Jueces 2:11-13.

A pesar de los múltiples casos de idolatría palpable relatados a lo largo del libro de los Jueces, nos enfocaremos en dos de ellos: Sansón y Micaía.

Cuando los israelitas se volvieron a adorar a Baal y Asera, Yehováh los entregó a los filisteos por cuarenta años. El ángel de Yehováh se le apareció a Manoa y le dijo que su hijo libraría a Israel de los filisteos.

Sansón destruye el templo de sus enemigos

Este fue el famoso Sansón, quien no debía cortarse el cabello porque su fuerza estaba asociada con él. Lo interesante de este relato es que el nombre Sansón se deriva de la palabra hebrea shemesh (שמש ) que significa “sol” y tan solo a tres kilómetros de su pueblo natal Zora, se hallaba la ciudad de Bet-Shemesh que significa casa o templo del sol, lo que hace probable que la familia de Sansón no estuviera exenta de la idolatría al dios sol.

El otro caso que llama mucho la atención es el de Micaía. Paradójicamente su nombre significa “¿Quién es semejante a Yah?”, sin embargo, la Escritura nos habla detalladamente de su pecado de idolatría. Micaía fue un efraimita que le robó un dinero a su madre y eventualmente se lo devolvió. Ella destinó parte del dinero para hacer ídolos y él dedicó a uno de sus hijos para que fuera sacerdote en su casa de ídolos además de hacer un efod y terafines.

“Y este hombre Micaía tuvo casa de dioses, e hizo efod y terafines, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote” Jueces 17:5.

Lamentablemente la historia no termina ahí. Más adelante en el relato, se menciona que Micaía contrató a un levita desempleado para que fuera su sacerdote personal. De esta manera, él creía que el favor de Yehováh estaría con él. Posteriormente unos hombres de la tribu de Dan robaron el ídolo de Micaía, y construyeron un santuario para esta imagen de talla. Todo esto ocurrió mientras el Tabernáculo estuvo en Silo. Finalmente, como si todo esto no fuera suficiente, se nos dice que hubo israelitas que fueron sacerdotes de la tribu de Dan hasta el día del cautiverio (Jueces 18:30) alterando así el orden sacerdotal establecido en la Torá, de que los levitas eran los encargados de ministrar la presencia de Yehováh y no a los ídolos.

Estos son dos de los casos que ilustran la condición espiritual en la que vivían los hijos de Israel durante este período, cuando ciertamente “cada uno hacía lo que bien le parecía” Jueces 21:25.

Muchas lecciones podemos aprender de esta dramática época de los jueces de Israel, sin embargo, una de las más importantes es entender que los hijos de Israel decayeron en el momento que decidieron irse en pos de dioses ajenos alejándose de Yehováh, el único Dios verdadero, el Dios de sus padres que los había sacado con mano poderosa de Egipto con señales y prodigios. El libro de Jueces es un llamado a mantenernos firmes en pos de Yehováh y en obediencia a sus mandamientos, para no caer en la idolatría. ¡Shalom!