Yeshúa se estaba dirigiendo a sus discípulos, y sin duda alguna les estaba enseñando un principio del Reino con respecto a pedir en oración…
¿Cuántas veces hemos orado al Padre “reclamando” aquella promesa dada por Yeshúa que dice: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré…” (Juan 14:13) pero aun así no recibimos lo que pedimos? ¿Qué hay de aquella otra promesa que Yeshúa pronunció diciendo: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22)? ¿Será acaso que pedimos sin fe?
En ambas instancias, Yeshúa se estaba dirigiendo a sus discípulos, y sin duda alguna les estaba enseñando un principio del Reino con respecto a pedir en oración, pero entonces, ¿era este principio, válido solo para aquellos discípulos? ¿Acaso no somos también nosotros sus discípulos?
Meditando acerca de este tema, me encontré con dos ejemplos en las Escrituras que nos pueden ayudar a entender un poco más acerca de pedir en oración. El primer caso se trata del mismo Yeshúa, quien a pesar de ser el hijo de Elohim, el Mesías de Israel y el Salvador, se le niega su petición al pedirle al Padre que le permita pasar “esta copa”:
“Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa…” (Mateo 29:39a).
Evidentemente Yeshúa venía a cumplir el rol del Cordero de Dios que tenía que ser sacrificado por el perdón de nuestros pecados, pero es importante destacar que la oración de Yeshúa no se quedó ahí, sino que él mismo nos enseñó una lección adicional al añadir a su oración la frase “…pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres” (Mateo 29:39b).
El otro ejemplo que podemos analizar es el caso de Salomón. Yehováh le dijo al Rey Salomón que pidiera lo que quisiera y que Él se lo otorgaría y le fue concedido:
“Y agradó delante de Yehováh que Salomón pidiese esto (un corazón entendido para juzgar a Israel). Y le dijo Dios: Porque has demandado esto, y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, he aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendido, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú. Y aun también te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días” (1 Reyes 3:10-13).
Salomón supo orar de acuerdo a la voluntad del Padre, y ese precisamente, es el principio que Yeshúa vino a enseñarnos y que marca una diferencia en nuestra oración:
“Padre, ¡hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra!”.