Estamos aquí porque Dios quiso que estuviéramos, y porque hay una tarea que debemos cumplir.
La parashá de esta semana nos habla acerca de la vida de Sara y al mismo tiempo nos provee una enseñanza acerca de cómo el patriarca Abraham logró sobrellevar el trauma y el dolor al final de sus días.
Abraham era un hombre mayor y ya había pasado por dos eventos que habían marcado su vida y que estaban relacionados con las personas que él más amaba en el mundo. El primero tenía que ver con su hijo, a quien había esperado toda la vida, Isaac. Él y Sara habían perdido la esperanza, pero Dios les dijo que tendrían un hijo y que sería el que continuaría el pacto. Pasaron los años. Sara no concibió. Ella había envejecido, pero Dios había dicho que tendrían un hijo.
Finalmente llegó. Hubo gozo. Sara dijo: “Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo” (Gn 21:6). Luego vino el momento aterrador cuando Dios le dijo a Abraham: “Toma ahora tu hijo, tu único hijio, Isaac, a quien amas… y ofrécelo en holocausto” (Gn 22:2). Abrahám no se quejó ni se tardó. Los dos viajaron juntos, y en el último momento vino la orden del cielo diciendo: “¡Alto!”. ¿Cómo sobreviven un padre y un hijo a un trauma como este?
Luego vino el dolor. Sara, la amada esposa de Abraham, murió. Ella había sido su compañera compartiendo el viaje con él mientras dejaban atrás todo lo que conocían; su tierra, su lugar de nacimiento y sus familias. Incluso, en un par de ocasiones salvó la vida de Abraham haciéndose pasar por su hermana.
¿Qué hace un anciano como Abraham (la Torá lo llama “viejo y avanzado en años” Gn 24:1) después de tal experiencia y dolor? Es posible que hubiera tristeza en su corazón. Había hecho lo que Yehováh le había pedido. Sin embargo, no todas las promesas de Dios se habían cumplido. En varias ocasiones Dios le prometió la tierra de Canaán, pero cuando Sara murió no poseía aún nada de ella, ni siquiera un sitio para enterrar a su esposa. Yehováh le había prometido muchos hijos, una gran nación, muchas naciones, tantas como la arena del mar y las estrellas del cielo. Sin embargo, solo tenía un hijo, Isaac, a quien casi pierde, y que estaba aún soltero a la edad de treinta y siete años. Abraham tenía todas las razones para estar triste.
Sin embargo, supo sobrellevar esta situación. La Torá nos dice que “…vino Abraham a hacer duelo por Sara, y a llorarla” (Gn 23:2) Luego inmediatamente leemos: “Y se levantó Abraham de delante de su muerta…”. Después de esto, él tuvo dos cosas en mente: primero comprar un terreno para enterrar a Sara, y segundo encontrar una esposa para su hijo. Es muy interesante que estos dos aspectos están relacionados con las dos promesas divinas: la tierra y la descendencia. Abraham no esperó a que Dios actuara; él entendió que debía tomar acción.
¿Cómo superó Abraham el trauma y el dolor? ¿Cómo se sobrevive a la prueba de casi perder al único hijo y a la perdida de la esposa, y aún así tener las ganas de continuar? ¿Qué impulsó y motivó a Abraham a seguir adelante?
La Torá nos habla de dos personajes que, ante el trauma y el dolor, tomaron una actitud distinta y por ende solo uno de ellos pudo seguir hacia adelante. El primero se trata de Noé, el hombre más justo de su generación. A pesar de que el mundo entero sufriría una catástrofe y sería destruido por el diluvio, Noé decidió obedecer a Yehováh y de esta manera pudo salvar su vida y la de su familia.
Caso contrario fue el de la esposa de Lot, quien desobedeció la instrucción de los ángeles, y “miró hacia atrás” mientras las ciudades de Sodoma y Gomorra desaparecían bajo la lluvia de azufre y la ira de Dios. De inmediato se convirtió en una columna de sal, a causa de la conmoción y de la incapacidad de no poder seguir adelante. El trasfondo de estas dos historias nos ayuda a comprender a Abraham después de la muerte de Sara. Abraham tuvo la capacidad de enfocarse en construir el futuro y no quedar preso del pasado como le sucedió a la esposa de Lot.
Abraham tenía presente la promesa. Sara había muerto. Isaac no estaba casado. Abraham no tenía ni tierra ni nietos. Él no le reclamó a Dios ni se angustió. Por el contrario, fue sensible al llamado de Yehováh de seguir adelante y confiar. Así es como Abraham sobrevivió a la conmoción y al dolor.
No permita Yehováh que experimentemos nada de esto, pero si llegara a pasar, sigamos el ejemplo de Abraham, el cual se enfocó en la promesa.
No estamos aquí por accidente. Estamos aquí porque Dios quiso que estuviéramos, y porque hay una tarea que debemos cumplir. Descubrir qué es eso no es fácil y, a menudo, lleva muchos años y frustraciones. Cada uno de nosotros tenemos algo que Dios nos está llamando a hacer, tenemos un propósito por cumplir.
No permitamos que nuestro pasado nos detenga, sino por el contrario, ¡aprendeamos a sobrellevar el dolor tal como Abraham, y enfoquemos las promesas de Yehováh para nuestra vida!
¡Shalom!