La historia de Abram comienza cuando habitaba en tierra de los caldeos. De allí fue llamado por Yehováh para salir en pos de Él, a una tierra que le sería mostrada. Sin embargo, fue su padre Taré quien tomó la iniciativa de arrancar en ese viaje llevando consigo a Abram, a su esposa y a Lot que era hijo de Harán, quien murió a edad temprana en Ur. Su primera estación fue en un lugar llamado Harán y allí se quedó Taré hasta el día de su muerte, pero Abram continuó su camino para llegar a la tierra de Canaán.
Esta porción (Parashá) de la Escritura, nos permite dar un vistazo al peregrinar de nuestro padre Abram, para quien no fue nada fácil dejar atrás la estabilidad que representaba permanecer asentado en un solo lugar rodeado de toda su familia.
Al concluir esta lectura, hallamos a Abram – padre exaltado, transformado en Abraham – padre de multitudes. Al leer con atención, descubriremos los cambios en el carácter de Abraham a lo largo de su jornada.
Abraham fue el primer hebreo (palabra hebrea que viene de: heber y que significa: cruzar al otro lado), figura viene a ser para nosotros un modelo. Quienes conocemos a Yehováh y su Torá, estamos llamados a “cruzar al otro lado”, es decir a salir del sistema del mundo para introducirnos en el Reino de los Cielos gobernado por Él.
Resulta desafiante la obediencia decidida y diligente de Abraham, porque tan pronto recibió la orden de la circuncisión como señal del pacto, ese mismo día la llevó a cabo: Génesis 17:23.
Esta es la clase obediencia que estamos llamados a vivir: con decisión, diligencia y voluntad firme a pesar lo difícil que esto pueda ser; pues tomando esta última señal del pacto como ejemplo, una cosa sería circuncidar a los niños al 8º día; y otra muy distinta (y dolorosa por cierto), circuncidar a hombres adultos y en edad mayor.