Génesis 1:1 – 6:8
El comienzo de la Torá (el Pentateuco) es probablemente el texto más misterioso de todas las Escrituras. De una manera extremadamente sucinta se comunica al lector las más asombrosas hazañas, en las que Elohim (el término hebreo utilizado para “Dios” en Genesis 1) crea el mundo de la nada.
La falta de detalle en esta narrativa puede atribuirse al hecho de que el autor de Genesis no esta intentando explicar de manera científica cómo el Creador realiza la obra de creación de cada uno de los elementos, sino más bien el hecho de que existe un Creador. Que el mundo no surgió “de la nada” sino que un Ser Superior que preexistió el mundo, fue el autor de todo lo que hoy vemos y experimentamos con nuestros sentidos.
Habiendo establecido eso, es interesante considerar la manera en que la obra de creación se comunica al lector. Hay un orden específico que surge desde las primeras palabras expresadas; “que haya luz…”.
En el siguiente infográfico podemos apreciar la conexión temática que conectan los primeros 3 días de la creación con los siguientes 3 días, dejando el día séptimo como único en su categoría. Este esquema puede apreciarse en los siete brazos de la menorá, que se encontraba en el Tabernáculo.
La primera porción de las Escrituras abarca muchísima historia. Desde los días de la creación, pasando por la expulsión del Edén, el primer asesinato de la historia, todas las generaciones hasta Noé, y el estado espiritual de la humanidad que precipitó el diluvio, que se desarrolla en la siguiente porción.
A medida que avanzamos a través de estos capítulos, aprendemos que la propensidad del hombre al pecado es algo que se manifestó desde el comienzo, y a pesar de que el Creador no había aún entregado su Ley a la humanidad, siempre existió un parámetro de justicia, que es utilizado como el lente por el cual analizamos estos sucesos.