En el relato de Jueces se puede ver cómo, una y otra vez se desarrolla un ciclo de apostasía y liberación.
El Libro de los Jueces nos cuenta la historia de Israel desde la muerte de Josué, hasta el llamado del profeta Samuel; y es fácil observar la idolatría y el anarquismo en que vivían los hijos de Israel en aquellos días. Algunas de estas historias son extrañas, trágicas, espantosas, así como el nivel de maldad al que llegaron. Sin embargo, vemos que la mano de Yehováh ayudó a Israel, a pesar de que la mayor parte del pueblo había decaído espiritualmente en ese momento.
Después de que Yehováh trajo milagrosamente a los hijos de Israel a la tierra prometida, la figura de Josué no fue reemplazada por otro líder, puesto que su plan original era que los israelitas vivieran bajo Su gobierno, con la guía de los ancianos que Moisés y Josué habían establecido. El gobierno se descentralizó y se volvió tribal, sin embargo, ese sistema no dio buen fruto; además de eso Israel no expulsó a todos los cananeos y eso provocó que adoptara muchas de sus malas costumbres.
Los hijos de Israel perdieron su unidad y se mantuvieron divididos en tribus y familias. Evidentemente, en el relato de Jueces se puede ver cómo una y otra vez se desarrolla un ciclo de apostasía y liberación. Este ciclo comenzó cuando Israel se olvidó de Yehováh y se involucró en prácticas paganas tales como la idolatría de los cananeos. Una y otra vez los israelitas hicieron lo malo delante de los ojos de Yehováh por lo que Él los entregó en manos de sus enemigos. Israel perdió su protección de parte del Altísimo, y esto hizo que sus enemigos los oprimieran. El libro de los Jueces nos muestra la caída de Israel y su rebelión a medida que fallaba en cumplir su llamado a ser una nación santa.
Luego de la muerte de Josué, el pueblo, olvidándose de Yehováh y de lo que Él había hecho por ellos, se fue en pos de los baales.
“Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Yehováh, y sirvieron a los baales. 12 Dejaron a Yehováh el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Yehováh. 13 Y dejaron a Yehováh, y adoraron a Baal y a Astarot” Jueces 2:11-13.
A pesar de los múltiples casos de idolatría palpable relatados a lo largo del libro de los Jueces, nos enfocaremos en dos de ellos: Sansón y Micaía.
Cuando los israelitas se volvieron a adorar a Baal y Asera, Yehováh los entregó a los filisteos por cuarenta años. El ángel de Yehováh se le apareció a Manoa y le dijo que su hijo libraría a Israel de los filisteos.
Este fue el famoso Sansón, quien no debía cortarse el cabello porque su fuerza estaba asociada con él. Lo interesante de este relato es que el nombre Sansón se deriva de la palabra hebrea shemesh (שמש ) que significa “sol” y tan solo a tres kilómetros de su pueblo natal Zora, se hallaba la ciudad de Bet-Shemesh que significa casa o templo del sol, lo que hace probable que la familia de Sansón no estuviera exenta de la idolatría al dios sol.
El otro caso que llama mucho la atención es el de Micaía. Paradójicamente su nombre significa “¿Quién es semejante a Yah?”, sin embargo, la Escritura nos habla detalladamente de su pecado de idolatría. Micaía fue un efraimita que le robó un dinero a su madre y eventualmente se lo devolvió. Ella destinó parte del dinero para hacer ídolos y él dedicó a uno de sus hijos para que fuera sacerdote en su casa de ídolos además de hacer un efod y terafines.
“Y este hombre Micaía tuvo casa de dioses, e hizo efod y terafines, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote” Jueces 17:5.
Lamentablemente la historia no termina ahí. Más adelante en el relato, se menciona que Micaía contrató a un levita desempleado para que fuera su sacerdote personal. De esta manera, él creía que el favor de Yehováh estaría con él. Posteriormente unos hombres de la tribu de Dan robaron el ídolo de Micaía, y construyeron un santuario para esta imagen de talla. Todo esto ocurrió mientras el Tabernáculo estuvo en Silo. Finalmente, como si todo esto no fuera suficiente, se nos dice que hubo israelitas que fueron sacerdotes de la tribu de Dan hasta el día del cautiverio (Jueces 18:30) alterando así el orden sacerdotal establecido en la Torá, de que los levitas eran los encargados de ministrar la presencia de Yehováh y no a los ídolos.
Estos son dos de los casos que ilustran la condición espiritual en la que vivían los hijos de Israel durante este período, cuando ciertamente “cada uno hacía lo que bien le parecía” Jueces 21:25.
Muchas lecciones podemos aprender de esta dramática época de los jueces de Israel, sin embargo, una de las más importantes es entender que los hijos de Israel decayeron en el momento que decidieron irse en pos de dioses ajenos alejándose de Yehováh, el único Dios verdadero, el Dios de sus padres que los había sacado con mano poderosa de Egipto con señales y prodigios. El libro de Jueces es un llamado a mantenernos firmes en pos de Yehováh y en obediencia a sus mandamientos, para no caer en la idolatría. ¡Shalom!