Durante los primeros años después de abandonar la falsa religión del mormonismo, supuse tontamente que los días en que me preocupaba por las falsas doctrinas que se abrían paso entre los creyentes habían quedado atrás. Qué equivocado estaba.
«Yeshúa respondió: ‘Vigilad para que nadie os engañe. …aparecerán muchos falsos profetas que engañarán a mucha gente’» Mateo 24:4, 11.
Nací y crecí como mormón. Mi padre y mi madre son mormones, al igual que mis abuelos, mis bisabuelos, etc., desde el principio de esa religión creada por el hombre y establecida en 1830 por el falso profeta José Smith. Por supuesto, nunca me di cuenta al crecer en el mormonismo de que era una religión falsa. Simplemente acepté lo que mis padres y los líderes de la iglesia me habían enseñado, confiando de todo corazón en que lo que me estaban enseñando era la verdad de Dios.
Sin duda, este aspecto concreto de mi historia no es único. Así ocurre con todos los seres humanos. Nadie puede elegir las circunstancias en las que nacemos. A todos nos educan en condiciones que escapan a nuestro control, y a todos nos enseñan a creer en las doctrinas y tradiciones que heredaron quienes nos precedieron. Para la mayoría de la gente, esas doctrinas y tradiciones se aceptan y se transmiten a la siguiente generación sin cuestionarlas.
Lo ideal sería que los niños nacidos en este mundo se criaran en la verdad pura y perfecta de la Palabra de Dios.
Sin falsas doctrinas.
Sin falsas tradiciones.
Sin falsos profetas.Pero, por supuesto, ésa no es nuestra realidad actual. La vida en este mundo caído y perverso dista mucho del ideal. Aguardamos con esperanza y gran expectación el regreso del Mesías y el comienzo del reinado de la justicia y la verdad de Dios en la Tierra, que durará 1000 años: un glorioso tiempo futuro en el que «la Tierra se llenará del conocimiento de la gloria de Yehováh como las aguas cubren el mar» (Habacuc 2:14).
Sí, con el Mesías reinando como «Rey de reyes y Señor de señores» (Apocalipsis 19:16), la vida en la tierra será entonces verdaderamente ideal. Que llegue pronto. Amén.
Sin embargo, mientras tanto, hemos de estar siempre en guardia, recordando que «muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Jn 4,1). Este mundo caído está lleno de esos peligrosos y «voraces lobos» (Mateo 7:15) de los que nos advirtió nuestro Señor: falsos profetas, falsos apóstoles y falsos maestros que «se disfrazan de siervos de justicia» (2 Corintios 11:15), pero que han venido a merodear hambrientos entre el rebaño para «robar, matar y destruir» (Juan 10:10).
Para asegurarnos de que «nadie [nos] engañe» (Mateo 24:4), debemos comprometernos a estudiar, conocer y comprender la Palabra de Dios por nosotros mismos. Debemos meditar en la Toráh de Yehováh día y noche, conocerla de memoria, inculcarla a nuestros hijos, hablar continuamente de ella y caminar todos los días bajo su luz purificadora, tal como se nos ha ordenado:
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.
Deuteronomio 6:6-9«Medita día y noche el libro de esta ley teniéndolo siempre en tus labios; si obras en todo conforme a lo que se prescribe en él, prosperarás y tendrás éxito en todo cuanto emprendas.»
Josué 1:8.A medida que nos esforzamos por conocer y comprender la Palabra de Dios, es necesario que examinemos cuidadosamente las cosas que nos han enseñado a creer y que las pongamos a prueba meticulosamente para determinar si están en armonía con la verdad de la Palabra de Dios o son contrarias a ella. Hemos de actuar como los fieles bereanos de antaño, aquellos que «recibían el mensaje con gran impaciencia y EXAMINABAN LAS ESCRITURAS cada día para ver si lo que Pablo decía era verdad» (Hechos 17:11).
Hice esto por mí mismo, y con la ayuda de ministerios maravillosos como A Rood Awakening International y otros, las verdades liberadoras de Dios acabaron obteniendo la victoria sobre todas las «mentiras, vanidades y cosas inútiles» (Jeremías 16:19) que había heredado del mormonismo. De hecho, la verdad me hizo libre (véase Juan 8:32). ¡Aleluya!
En mis primeros años tras salir de esa religión artificial, había pensado ingenuamente que ya había dejado atrás todas las mentiras de Satanás. Sin duda, los engaños y las falsas doctrinas del enemigo no se encontrarían entre los creyentes que seguían el mismo camino de obediencia a la Toráh que yo. Al fin y al cabo, ahora estaba rodeado de hermanos y hermanas que, como yo, conocían bien los engaños del adversario y serían inmunes a sus ataques.
No tardé en darme cuenta de lo equivocado y tonto que era al haber pensado esto.
La realidad es que cualquiera, en cualquier momento, es vulnerable a los ataques de Satanás. El padre de todas las mentiras es excepcionalmente astuto. Ha tenido 6000 años de práctica para perfeccionar su arte del engaño. Trabaja sin descanso para sembrar su cizaña entre todos los pueblos, todas las religiones, todos los grupos -posiblemente incluso se esfuerce más en inyectar su veneno entre quienes se esfuerzan por caminar en obediencia a la Toráh de Dios, entre quienes podrían suponer la mayor amenaza para su reino.
A lo largo de los años, he sido testigo personalmente de muchas falsas doctrinas que circulan ampliamente entre los creyentes que guardan la Toráh, pero en la que me gustaría centrarme en este artículo es una que vi por primera vez hace varios años y de la que recientemente he observado un fuerte resurgimiento:
“Es incorrecto pronunciar el nombre de Jesús. Jesús viene del griego y significa «¡Salve, Zeus!». Estás invocando a un dios pagano si pronuncias el nombre de Jesús».
A esta idea falsa y ridícula, digo audaz e inequívocamente NO.
El nombre de nuestro Señor en lengua griega es «Iésous» (Ἰησοῦς), y su nombre griego no tiene absolutamente nada que ver con el nombre del dios pagano Zeus. Estos dos nombres pueden sonar parecidos, pero son totalmente diferentes. Es como las palabras «bello y vello» o «cima y sima», que suenan igual, pero que se escriben de forma diferente y significan cosas totalmente distintas.
Lo mismo ocurre con el nombre griego de nuestro Señor. Puede sonar parecido a «Zeus», pero se escribe de forma diferente y tiene un significado totalmente distinto.
Parte de las instrucciones de Pablo a Timoteo consistían en «mandar a ciertas personas que no enseñen más falsas doctrinas ni se dediquen a los mitos» (1 Timoteo 1:3-4). Estas «ciertas personas» a las que se refiere Pablo se encuentran entre los que «quieren ser maestros de la Toráh, pero no saben de qué hablan ni lo que afirman con tanta seguridad» (1 Timoteo 1:7).
Para los que han enseñado esta falsa doctrina -este «mito» totalmente infundado- repito las palabras del apóstol Pablo: «No saben de lo que hablan». Tales personas no tienen nada que hacer como maestros. No tienen la sabiduría necesaria para manejar correctamente la Palabra de Verdad (véase 2 Timoteo 2:15) y hay que advertirles severamente que no enseñen tan insensata y descuidadamente lo que pretenden que es «la verdad».
Santiago, el hermano de Jesús, escribió: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, porque sabéis que los que enseñamos seremos juzgados más severamente» (Santiago 3:1), y el propio Yeshúa advirtió: «Pero yo os digo que todos tendréis que dar cuenta en el día del juicio de toda palabra vana que hayáis pronunciado. Porque por vuestras palabras seréis absueltos, y por vuestras palabras seréis condenados» (Mateo 12,36-37).
Una hermana en El Mesías me habló recientemente del dolor que le había causado esta falsa doctrina. Dijo:
«Me sentía incómoda cuando intentaba relacionarme y tener comunión con otras personas de la comunidad de la Toráh, porque me sentía rechazada si decía: Jesús. Incluso leí en un grupo de Facebook que echarían a cualquiera que dijera Jesús. A veces siento que no pertenezco a ningún sitio…».
Esas palabras me rompen el corazón. Tales cosas nunca deberían ocurrir entre el cuerpo de creyentes, entre quienes declaran ser discípulos y seguidores del Maestro. Esta fiel hermana (y los que son como ella) pertenecen a nuestro Señor. El hecho de que haya entre el cuerpo de creyentes quienes la hicieron sentir que «no pertenece a ningún sitio» es vergonzoso.
Si alguien que lea esto ha condenado en algún momento a un compañero creyente simplemente porque elige pronunciar el nombre en español del Mesías, le imploro que se arrepienta inmediatamente de ello y que no vuelva a enseñar tales falsas doctrinas. No hay absolutamente nada malo en pronunciar el nombre: Jesús. Millones y millones de personas han sido salvadas, bendecidas y sanadas en el nombre de Jesús. Fue su nombre en español, que recibimos por dirección del Dios Todopoderoso a través de las traducciones de múltiples lenguas durante un periodo de 1700 años: del hebreo, al griego, al latín, al inglés antiguo y, finalmente, al español moderno.
Ahora bien, si tu preferencia personal es decir el nombre hebreo «Yeshúa» en lugar de «Jesús», está perfectamente bien. Ambos nombres son hermosos; yo mismo utilizo ambos con regularidad. Pero nuestras preferencias personales nunca deben convertirse en doctrinas. En el momento en que te dedicas a enseñar mentiras y a condenar a tus correligionarios por el mero hecho de utilizar el nombre de Yeshúa, has entrado en terreno peligroso. Has cruzado la línea hacia una religión creada por el hombre a partir de tu propia creación, que no difiere de la de los fariseos y saduceos de antaño, los que enseñaban «como doctrinas, mandamientos de hombres» (Mateo 15:9; Isaías 29:13).
Durante los primeros años después de abandonar la falsa religión del mormonismo, supuse tontamente que los días en que me preocupaba por las falsas doctrinas que se abrían paso entre los creyentes habían quedado atrás. Qué equivocado estaba. Debemos recordar que Satanás no ha cedido en sus ataques. Sus ataques y engaños no harán sino aumentar y fortalecerse, hasta el punto de «engañar, si es posible, a los elegidos» (Mateo 24:24). Hasta ese glorioso día del regreso triunfal de nuestro Señor, Satanás no detendrá sus ataques. Por eso, no debemos aflojar en nuestras defensas. Todos debemos estar continuamente en guardia, recordando siempre las primeras palabras que nuestro Señor Yeshúa dirigió a sus discípulos en el Monte de los Olivos:
«Velad para que nadie os engañe» (Mateo 24:4).
Amén.