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¿Es inapropiado decir: “Jesús”?

Durante los primeros años después de abandonar la falsa religión del mormonismo, supuse tontamente que los días en que me preocupaba por las falsas doctrinas que se abrían paso entre los creyentes habían quedado atrás. Qué equivocado estaba.

«Yeshúa respondió: ‘Vigilad para que nadie os engañe. …aparecerán muchos falsos profetas que engañarán a mucha gente’» Mateo 24:4, 11.

Nací y crecí como mormón. Mi padre y mi madre son mormones, al igual que mis abuelos, mis bisabuelos, etc., desde el principio de esa religión creada por el hombre y establecida en 1830 por el falso profeta José Smith. Por supuesto, nunca me di cuenta al crecer en el mormonismo de que era una religión falsa. Simplemente acepté lo que mis padres y los líderes de la iglesia me habían enseñado, confiando de todo corazón en que lo que me estaban enseñando era la verdad de Dios.

Sin duda, este aspecto concreto de mi historia no es único. Así ocurre con todos los seres humanos. Nadie puede elegir las circunstancias en las que nacemos. A todos nos educan en condiciones que escapan a nuestro control, y a todos nos enseñan a creer en las doctrinas y tradiciones que heredaron quienes nos precedieron. Para la mayoría de la gente, esas doctrinas y tradiciones se aceptan y se transmiten a la siguiente generación sin cuestionarlas.

Lo ideal sería que los niños nacidos en este mundo se criaran en la verdad pura y perfecta de la Palabra de Dios.

Sin falsas doctrinas.
Sin falsas tradiciones.
Sin falsos profetas.

Pero, por supuesto, ésa no es nuestra realidad actual. La vida en este mundo caído y perverso dista mucho del ideal. Aguardamos con esperanza y gran expectación el regreso del Mesías y el comienzo del reinado de la justicia y la verdad de Dios en la Tierra, que durará 1000 años: un glorioso tiempo futuro en el que «la Tierra se llenará del conocimiento de la gloria de Yehováh como las aguas cubren el mar» (Habacuc 2:14).

Sí, con el Mesías reinando como «Rey de reyes y Señor de señores» (Apocalipsis 19:16), la vida en la tierra será entonces verdaderamente ideal. Que llegue pronto. Amén.

Sin embargo, mientras tanto, hemos de estar siempre en guardia, recordando que «muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Jn 4,1). Este mundo caído está lleno de esos peligrosos y «voraces lobos» (Mateo 7:15) de los que nos advirtió nuestro Señor: falsos profetas, falsos apóstoles y falsos maestros que «se disfrazan de siervos de justicia» (2 Corintios 11:15), pero que han venido a merodear hambrientos entre el rebaño para «robar, matar y destruir» (Juan 10:10).

Para asegurarnos de que «nadie [nos] engañe» (Mateo 24:4), debemos comprometernos a estudiar, conocer y comprender la Palabra de Dios por nosotros mismos. Debemos meditar en la Toráh de Yehováh día y noche, conocerla de memoria, inculcarla a nuestros hijos, hablar continuamente de ella y caminar todos los días bajo su luz purificadora, tal como se nos ha ordenado:

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.
Deuteronomio 6:6-9

«Medita día y noche el libro de esta ley teniéndolo siempre en tus labios; si obras en todo conforme a lo que se prescribe en él, prosperarás y tendrás éxito en todo cuanto emprendas.»
Josué 1:8.

A medida que nos esforzamos por conocer y comprender la Palabra de Dios, es necesario que examinemos cuidadosamente las cosas que nos han enseñado a creer y que las pongamos a prueba meticulosamente para determinar si están en armonía con la verdad de la Palabra de Dios o son contrarias a ella. Hemos de actuar como los fieles bereanos de antaño, aquellos que «recibían el mensaje con gran impaciencia y EXAMINABAN LAS ESCRITURAS cada día para ver si lo que Pablo decía era verdad» (Hechos 17:11).

Hice esto por mí mismo, y con la ayuda de ministerios maravillosos como A Rood Awakening International y otros, las verdades liberadoras de Dios acabaron obteniendo la victoria sobre todas las «mentiras, vanidades y cosas inútiles» (Jeremías 16:19) que había heredado del mormonismo. De hecho, la verdad me hizo libre (véase Juan 8:32). ¡Aleluya!

En mis primeros años tras salir de esa religión artificial, había pensado ingenuamente que ya había dejado atrás todas las mentiras de Satanás. Sin duda, los engaños y las falsas doctrinas del enemigo no se encontrarían entre los creyentes que seguían el mismo camino de obediencia a la Toráh que yo. Al fin y al cabo, ahora estaba rodeado de hermanos y hermanas que, como yo, conocían bien los engaños del adversario y serían inmunes a sus ataques.

No tardé en darme cuenta de lo equivocado y tonto que era al haber pensado esto.

La realidad es que cualquiera, en cualquier momento, es vulnerable a los ataques de Satanás. El padre de todas las mentiras es excepcionalmente astuto. Ha tenido 6000 años de práctica para perfeccionar su arte del engaño. Trabaja sin descanso para sembrar su cizaña entre todos los pueblos, todas las religiones, todos los grupos -posiblemente incluso se esfuerce más en inyectar su veneno entre quienes se esfuerzan por caminar en obediencia a la Toráh de Dios, entre quienes podrían suponer la mayor amenaza para su reino.

A lo largo de los años, he sido testigo personalmente de muchas falsas doctrinas que circulan ampliamente entre los creyentes que guardan la Toráh, pero en la que me gustaría centrarme en este artículo es una que vi por primera vez hace varios años y de la que recientemente he observado un fuerte resurgimiento:

“Es incorrecto pronunciar el nombre de Jesús. Jesús viene del griego y significa «¡Salve, Zeus!». Estás invocando a un dios pagano si pronuncias el nombre de Jesús».

A esta idea falsa y ridícula, digo audaz e inequívocamente NO.

El nombre de nuestro Señor en lengua griega es «Iésous» (Ἰησοῦς), y su nombre griego no tiene absolutamente nada que ver con el nombre del dios pagano Zeus. Estos dos nombres pueden sonar parecidos, pero son totalmente diferentes. Es como las palabras «bello y vello» o «cima y sima», que suenan igual, pero que se escriben de forma diferente y significan cosas totalmente distintas.

Lo mismo ocurre con el nombre griego de nuestro Señor. Puede sonar parecido a «Zeus», pero se escribe de forma diferente y tiene un significado totalmente distinto.

Parte de las instrucciones de Pablo a Timoteo consistían en «mandar a ciertas personas que no enseñen más falsas doctrinas ni se dediquen a los mitos» (1 Timoteo 1:3-4). Estas «ciertas personas» a las que se refiere Pablo se encuentran entre los que «quieren ser maestros de la Toráh, pero no saben de qué hablan ni lo que afirman con tanta seguridad» (1 Timoteo 1:7).

Para los que han enseñado esta falsa doctrina -este «mito» totalmente infundado- repito las palabras del apóstol Pablo: «No saben de lo que hablan». Tales personas no tienen nada que hacer como maestros. No tienen la sabiduría necesaria para manejar correctamente la Palabra de Verdad (véase 2 Timoteo 2:15) y hay que advertirles severamente que no enseñen tan insensata y descuidadamente lo que pretenden que es «la verdad».

Santiago, el hermano de Jesús, escribió: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, porque sabéis que los que enseñamos seremos juzgados más severamente» (Santiago 3:1), y el propio Yeshúa advirtió: «Pero yo os digo que todos tendréis que dar cuenta en el día del juicio de toda palabra vana que hayáis pronunciado. Porque por vuestras palabras seréis absueltos, y por vuestras palabras seréis condenados» (Mateo 12,36-37).

Una hermana en El Mesías me habló recientemente del dolor que le había causado esta falsa doctrina. Dijo:

«Me sentía incómoda cuando intentaba relacionarme y tener comunión con otras personas de la comunidad de la Toráh, porque me sentía rechazada si decía: Jesús. Incluso leí en un grupo de Facebook que echarían a cualquiera que dijera Jesús. A veces siento que no pertenezco a ningún sitio…».

Esas palabras me rompen el corazón. Tales cosas nunca deberían ocurrir entre el cuerpo de creyentes, entre quienes declaran ser discípulos y seguidores del Maestro. Esta fiel hermana (y los que son como ella) pertenecen a nuestro Señor. El hecho de que haya entre el cuerpo de creyentes quienes la hicieron sentir que «no pertenece a ningún sitio» es vergonzoso.

Si alguien que lea esto ha condenado en algún momento a un compañero creyente simplemente porque elige pronunciar el nombre en español del Mesías, le imploro que se arrepienta inmediatamente de ello y que no vuelva a enseñar tales falsas doctrinas. No hay absolutamente nada malo en pronunciar el nombre: Jesús. Millones y millones de personas han sido salvadas, bendecidas y sanadas en el nombre de Jesús. Fue su nombre en español, que recibimos por dirección del Dios Todopoderoso a través de las traducciones de múltiples lenguas durante un periodo de 1700 años: del hebreo, al griego, al latín, al inglés antiguo y, finalmente, al español moderno.

Ahora bien, si tu preferencia personal es decir el nombre hebreo «Yeshúa» en lugar de «Jesús», está perfectamente bien. Ambos nombres son hermosos; yo mismo utilizo ambos con regularidad. Pero nuestras preferencias personales nunca deben convertirse en doctrinas. En el momento en que te dedicas a enseñar mentiras y a condenar a tus correligionarios por el mero hecho de utilizar el nombre de Yeshúa, has entrado en terreno peligroso. Has cruzado la línea hacia una religión creada por el hombre a partir de tu propia creación, que no difiere de la de los fariseos y saduceos de antaño, los que enseñaban «como doctrinas, mandamientos de hombres» (Mateo 15:9; Isaías 29:13).

Durante los primeros años después de abandonar la falsa religión del mormonismo, supuse tontamente que los días en que me preocupaba por las falsas doctrinas que se abrían paso entre los creyentes habían quedado atrás. Qué equivocado estaba. Debemos recordar que Satanás no ha cedido en sus ataques. Sus ataques y engaños no harán sino aumentar y fortalecerse, hasta el punto de «engañar, si es posible, a los elegidos» (Mateo 24:24). Hasta ese glorioso día del regreso triunfal de nuestro Señor, Satanás no detendrá sus ataques. Por eso, no debemos aflojar en nuestras defensas. Todos debemos estar continuamente en guardia, recordando siempre las primeras palabras que nuestro Señor Yeshúa dirigió a sus discípulos en el Monte de los Olivos:

«Velad para que nadie os engañe» (Mateo 24:4).

Amén.


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Un corazón sabio y entendido

Puede que estemos a 3.000 años de distancia de los días del sabio rey Salomón, pero su exhortación a buscar la sabiduría y la comprensión tienen hoy más importancia que nunca.

Adquiere sabiduría, adquiere entendimiento; no olvides mis palabras ni te apartes de ellas. No abandones la sabiduría, y ella te protegerá; ámala, y ella velará por ti. La sabiduría es suprema; por tanto, consigue sabiduría. Aunque te cueste todo lo que tienes, consigue entendimiento. Apréciala, y ella te enaltecerá; abrázala, y ella te honrará. Ella te dará una guirnalda para adornar tu cabeza y te regalará una corona gloriosa. Proverbios 4:5-9


El rey Salomón fue visitado por Yehováh el Dios Todopoderoso en un sueño. Dios le presentó a Salomón una oferta maravillosa:

Pide lo que quieras que Yo te dé. 1Reyes 3:5

¿Lo que quieras? ¿Cualquier cosa?

Casi con toda seguridad, hombres comunes pedirían riquezas, poder, o buena salud y una vida larga y feliz. Salomón no pidió ninguna de estas cosas. Su mente y su corazón estaban concentrados en su deber de dirigir adecuadamente al pueblo de Israel como su nuevo rey. Con unos zapatos muy grandes que llenar -los de su amado padre David- Salomón sentía sin duda el peso extremo de la responsabilidad que ahora descansaba directamente sobre sus hombros. Salomón no pidió dinero, ni poder, ni salud. En su lugar, pidió un corazón sabio para gobernar al pueblo [de Dios] y distinguir entre el bien y el mal. 1Reyes 3:9

Yehováh se mostró complacido con la petición de Salomón. «Dios le dijo:

Puesto que has pedido esto y no larga vida ni riquezas para ti, ni has pedido la muerte de tus enemigos sino discernimiento para administrar justicia, haré lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y con discernimiento, de modo que nunca habrá habido nadie como tú, ni lo habrá jamás. 1Reyes 3:11-12

La petición de Salomón fue de tal agrado para Yehováh, que le prometió:

Te daré lo que no has pedido -riqueza y honor- para que en tu vida no tengas igual entre los reyes. 1Reyes 3:13

La petición de Salomón fue concedida. Fue bendecido por Dios con un corazón sabio y entendido  -1Reyes 3:12- hasta el punto de que el pueblo de Israel temía al rey, porque veían que tenía sabiduría de Dios para juzgar. 1Reyes 3:28.

¿Significa esto que Salomón llevó una vida perfecta? Desde luego que no. Él, como todos los seres humanos, tuvo su buena dosis de fallos y pecados, “porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). En el mismo capítulo se nos dice que Salomón ‘ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los lugares altos’ . 1Reyes 3:3. Esto y su decisión de desobedecer la Torá de Yehováh casándose con ‘muchas esposas’ (Deuteronomio 17:17) entre todas las ‘mujeres extrañas’ (1Reyes 11:1) del mundo le llevaron finalmente por un camino destructivo.

No obstante, Salomón seguía comprendiendo esta verdad primordial: «La sabiduría es suprema» (Proverbios 4:7). Un corazón sabio y con discernimiento -un corazón que puede distinguir adecuadamente entre el bien y el mal- es algo muy deseable de tener y debe buscarse diligentemente. Nunca se debe abandonar la sabiduría. Debe ser amada y apreciada. Y si obtenemos el favor a los ojos de Yehováh y adquirimos este espléndido don, se nos promete protección, exaltación, honor y una «corona gloriosa» (véase Proverbios 4:5-9 más arriba).
«Bienaventurados los que hallan sabiduría, los que adquieren entendimiento» (Proverbios 3:13).

Puede que estemos a 3.000 años de distancia de los días del sabio rey Salomón, pero su exhortación a buscar la sabiduría y la comprensión tienen hoy más importancia que nunca.

Vivimos en un mundo acelerado con información vertiginosa. Internet y los medios sociales nos han abierto un universo de acceso instantáneo a la información como el que el rey Salomón jamás habría soñado.

«Noticias de hechos» (así llamados) nos son arrojadas por cada individuo, cada grupo, cada denominación y cada partido político literalmente cada día. Estamos constantemente rodeados de políticos, famosos, cabezas parlantes de los medios de comunicación, médicos, líderes religiosos, científicos, eruditos, profesores, podcasters, influenciadores del fitness, nutricionistas, y también de nuestros propios amigos y familiares – todos ellos compitiendo por nuestra atención y gritando que tienen las respuestas, que tienen los hechos, que tienen la verdad.

Nadando en medio de este nuevo y extraño océano de bombardeo informativo y sobrecarga sensorial es fácil tener la sensación de ahogarse bajo las olas de voces que compiten entre sí y de «hechos» a menudo contradictorios.

¿Qué debemos hacer en un momento como éste? ¿Hacia dónde debemos dirigirnos? ¿Cómo vamos a mantener la cabeza por encima de las olas e incluso, si Dios quiere, caminar sobre ellas?

Si hemos de caminar alguna vez por encima de estas olas caóticas debemos encontrarnos continuamente caminando con ÉL que tiene poder para calmar las tormentas. Yehováh Dios y Su Palabra – Su Palabra Escrita que se encuentra en la Santa Biblia y Su Palabra Viva, Yeshua Mesías – son la única solución a las tormentas de la vida a las que nos enfrentamos hoy en día. Siempre han sido y siempre serán la única solución. Ellas son la verdad y la roca sobre la cual encontramos refugio de todas las tormentas.

«Soberano Yehováh, Tú eres Dios, y tus palabras son verdad»
2 Samuel 7:28

«Sé mi roca de refugio, a la que siempre pueda acudir; da la orden de salvarme, porque Tú eres mi roca y mi fortaleza»
Salmo 71:3

Asegúrese de tomarse el tiempo suficiente para alejarse del vertiginoso mundo en línea y pasar ese tiempo tan necesario con Dios leyendo y estudiando Su Palabra, porque «La exposición de [Tus] palabras alumbra; hace entender a los simples» (Salmo 119:130).
Y aunque estudiar la Palabra de Dios es un primer paso absolutamente esencial en la dirección correcta, no es suficiente. Los fariseos, por ejemplo, conocían la Palabra de Dios, pero sin embargo sus ojos estaban ciegos a la luz perfecta de Dios. Muchos de ellos tenían la Torá memorizada y podían recitar secciones enteras al pie de la letra, pero sus oídos eran sordos a la suave voz de la verdad de Dios.

Lo que a todos ellos les faltaba era ese precioso don que obtuvo el rey Salomón: SABIDURÍA. Y la sabiduría sólo puede obtenerse de la misma Fuente Eterna de la que él la recibió personalmente y de la misma manera.

Santiago (Ya’akov), el hermano de nuestro Señor Yeshúa, comienza su carta dirigiéndola a «las doce tribus dispersas por las naciones» (Santiago 1:1), y unos versículos más adelante les anima a buscar el don de la sabiduría:

«Si a alguno de vosotros le falta sabiduría, que se la pida a Dios, que da generosamente a todos sin hallar falta, y le será dada. Pero cuando pidáis, debéis creer y no dudar, porque el que duda es como una ola del mar, agitada y zarandeada por el viento. Esa persona no debe esperar recibir nada del Señor. Tal persona es de doble ánimo e inestable en todo lo que hace» (Santiago 1:5-8).

El don de la sabiduría procede directamente de Dios. Si desea adquirirlo, debe pedírselo a Dios. Búsquela fielmente en Dios, sin dudar nunca. Rece fervientemente para que se le conceda ese «corazón sabio y perspicaz», como se le concedió al rey Salomón hace mucho tiempo, y «se le dará» (Santiago 1:5).

El propósito de obtener este don de sabiduría es para que usted pueda «distinguir entre lo correcto y lo incorrecto», entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Usted busca este don de Dios para poder vivir adecuadamente de acuerdo con la verdad de Su Palabra, como Santiago subraya más adelante al decir: «No os limitéis a escuchar la Palabra, engañándoos así a vosotros mismos: ¡sed hacedores de la palabra!». (Santiago 1:22).

Pablo comprendió la importancia de que el pueblo de Dios buscara y obtuviera de Dios el don de la sabiduría. Escribió: «Sigo pidiendo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, os dé un espíritu de sabiduría y de revelación en vuestro conocimiento de Él» (Efesios 1:17).
Es obteniendo sabiduría como se le concederán los oídos para oír la voz del Buen Pastor en medio de todo el ruido de nuestro mundo caótico. Es obteniendo sabiduría como usted estará capacitado para seguirle dondequiera que vaya y vivir como él vivió.

Yeshúa Mesías dijo:

Cuando [el pastor] ha sacado a todos los suyos, va delante de ellos, y sus ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero nunca seguirán a un extraño; de hecho, huirán de él porque no reconocen la voz de un extraño. … Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí. Juan 10:4-5,14

Ruego a Dios que bendiga a su pueblo con ese «corazón sabio y entendido». 1Reyes 3:12

Amén.


False preacher7

7 Ayes contra los falsos pastores

Nuestro Señor Yeshúa hizo caer un mazo de justicia y reprimenda sobre las cabezas de los líderes religiosos de Jerusalén. Pronunció un total de siete “ayes” sobre ellos por su hipocresía y su total fracaso a la hora de guiar adecuadamente al pueblo de Israel por los caminos de la justicia y la verdad.

“¡Ay de vosotros, maestros de la Torá y fariseos, hipócritas!”.
Mateo 23:13-33

En el capítulo 23 del Evangelio de Mateo, nuestro Señor Yeshúa hizo caer un mazo de justicia y reprimenda sobre las cabezas de los líderes religiosos de Jerusalén. Pronunció un total de siete “ayes” sobre ellos por su hipocresía y su total fracaso a la hora de guiar adecuadamente al pueblo de Israel por los caminos de la justicia y la verdad.

Los verdaderos pastores enviados por Yehováh el Todopoderoso serán hombres “según Mi propio corazón, que os alimentarán con conocimiento y entendimiento” (Jeremías 3:15). Habiendo aprendido a través de muchos años de estudio y práctica personal cómo vivir una vida santa, los verdaderos pastores guían fielmente al rebaño de Dios enseñando la pureza y la perfección de la Torá, anteponiendo desinteresadamente las necesidades del rebaño a las suyas propias y estando llenos de la mayor de todas las virtudes: fe, esperanza y amor (véase 1 Corintios 13:13).

Un verdadero pastor debe ser “irreprochable, fiel a su mujer, templado, dueño de sí mismo, respetable, hospitalario, capaz de enseñar, no dado a la embriaguez, no violento sino amable, no pendenciero, no amante del dinero” (1 Timoteo 3:2-3). Deben ser “hospitalarios, amantes de lo bueno, dueños de sí mismos, rectos, santos y disciplinados” (Tito 1:8). Deben ser como los que fueron nombrados jueces en tiempos de Moisés: “hombres temerosos de Dios, dignos de confianza y que aborrecen el soborno” (Éxodo 18:21).

Tales pastores son bendecidos por el Padre con la promesa de que en la resurrección “los que son sabios brillarán como el resplandor de los cielos, y los que guían a muchos a la justicia, como las estrellas por los siglos de los siglos” (Daniel 12:3).

Sin embargo, los fariseos y los saduceos eran todo menos verdaderos pastores. Más bien, estaban entre esos falsos profetas sobre los que Yeshua advirtió a sus discípulos, diciendo: “Guardaos de los falsos profetas. Vendrán a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Los reconoceréis por sus frutos” (Mateo 7:15-16). Más tarde, mientras navegaba por el Mar de Galilea, Yeshua advirtió específicamente a sus discípulos sobre las falsas doctrinas que enseñaban estos malvados líderes religiosos (véase Mateo 16:5-12).

En lugar de tratar de construir el reino de Dios y establecer Su justicia en la tierra, los fariseos y saduceos se centraron en construir sus propias religiones y establecer sus propias tradiciones, “enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mateo 15:9). En lugar de alimentar al rebaño de Dios con ese conocimiento y comprensión cruciales de la justicia, “retuvieron la llave del conocimiento” de la gente e incluso trabajaron para “impedirles la entrada [al reino de los cielos]” (Lucas 11:52). En lugar de buscar “la gloria que viene del único Dios”, buscaron “la gloria de unos y otros” (Juan 5:44). En lugar de enseñar los caminos de Dios, enseñaban sus propios caminos. En lugar de vivir según las leyes de Dios, vivían según sus propias leyes.

Las palabras que Yehováh Dios dirigió al profeta Ezequiel cientos de años antes contra los malvados “pastores de Israel” de su tiempo también sirven para describir a los fariseos y saduceos con perfecta exactitud:

“La palabra de Yehováh vino a mí: ‘Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza y diles: “Esto es lo que dice el Soberano Yehováh: ‘¡Ay de vosotros pastores de Israel que sólo cuidáis de vosotros mismos! ¿No deberían los pastores cuidar del rebaño? Coméis la cuajada, os vestís con la lana y sacrificáis los animales selectos, pero no cuidáis del rebaño. No habéis fortalecido al débil ni curado al enfermo ni vendado al herido. No habéis traído de vuelta a los descarriados ni buscado a los perdidos. Los has gobernado con dureza y brutalidad'”” (Ezequiel 34:1-4).

“¿No deberían los pastores cuidar del rebaño?” es la pregunta que hace Dios. ¿No deberían los pastores fortalecer a los débiles, curar a los enfermos, vendar a los heridos? ¿No deberían traer de vuelta a los extraviados y buscar a los perdidos? En lugar de gobernar el rebaño “con dureza y brutalidad”, ¿no deberían guiarlo con amor y cuidado?

Sí. Éstos son los deberes sagrados de un pastor de Israel. Estos son los deberes que los fariseos y saduceos no cumplían, incurriendo así en la ira de Yeshua, tal como se registra en Mateo 23. Por sus graves pecados y su despreciable hipocresía, el Mesías pronunció siete “ayes” contra ellos:

Ay nº 1: “¡Ay de vosotros, maestros de la Torá y fariseos, hipócritas! Cerráis la puerta del reino de los cielos en las narices de la gente. Vosotros mismos no entráis, ni dejáis entrar a los que lo intentan”.

Ay nº 2: “¡Ay de vosotros, maestros de la Torá y fariseos, hipócritas! Viajáis por tierra y mar para ganar un solo converso y, cuando lo habéis conseguido, lo convertís en el doble de hijo del infierno que vosotros.”

Ay nº 3: “¡Ay de vosotros, guías ciegos! Decís: ‘Si alguien jura por el templo, no significa nada; pero quien jura por el oro del templo está obligado por ese juramento’. ¡Estúpidos ciegos!”

Ay nº 4: “¡Ay de vosotros, maestros de la Torá y fariseos, hipócritas! Dais la décima parte de vuestras especias: menta, eneldo y comino. Pero habéis descuidado los asuntos más importantes de la Torá: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Deberíais haber practicado estas últimas, sin descuidar las primeras. ¡Guías ciegos! Coláis un mosquito pero os tragáis un camello”.

Ay nº 5: “¡Ay de vosotros, maestros de la Torá y fariseos, hipócritas! Limpiáis el exterior de la copa y el plato, pero por dentro están llenos de avaricia y autoindulgencia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero el interior de la copa y el plato, y entonces el exterior también estará limpio”.

Ay nº 6: “¡Ay de vosotros, maestros de la Torá y fariseos, hipócritas! Sois como sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de todo lo inmundo. Del mismo modo, por fuera aparecéis ante la gente como justos, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y maldad.”

Ay nº 7: “¡Ay de vosotros, maestros de la Torá y fariseos, hipócritas! Construís tumbas para los profetas y decoráis las tumbas de los justos. Y decís: ‘Si hubiéramos vivido en los días de nuestros antepasados, no habríamos participado con ellos en el derramamiento de la sangre de los profetas’. Así que testificáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. Adelante, pues, y completad lo que empezaron vuestros antepasados”.

Los verdaderos pastores del Todopoderoso nunca añadirán ni quitarán nada a los mandamientos de YeHoVaH (véase Deuteronomio 4:2; 12:32). Honrarán a Dios en todo lo que hagan y sostendrán Su Torá como la norma de moralidad y rectitud a la que todos debemos atenernos. Temen a Dios y guardan Sus mandamientos” (Eclesiastés 12:13), y siempre recuerdan que “Toda palabra de Dios es intachable; Él es un escudo para los que se refugian en Él. No añadas nada a Sus palabras, o te reprenderá y te demostrará que eres un mentiroso” (Proverbios 30:5-6).

Los falsos pastores, sin embargo, crean rutinariamente sus propias reglas, leyes y definiciones personales de santidad. Al hacerlo, “anulan la palabra de Dios por [su] tradición que [han] transmitido” (Marcos 7:13). Más que esto, siempre tratarán de imponer a los demás sus reglas y leyes hechas por el hombre, no diferente de lo que hicieron los fariseos y saduceos en tiempos de nuestro Señor.

No se equivoque, el espíritu de los fariseos y saduceos está vivo y bien hoy. A menudo se ve entre el cuerpo de creyentes disfrazado de rectitud y piedad. “Porque tales personas son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se hacen pasar por apóstoles de Cristo” (2 Corintios 11:13). Debemos desconfiar siempre de ese espíritu de religión artificial. Debemos estar constantemente en guardia para asegurarnos de que ese espíritu perverso nunca entre en nuestros propios corazones y se acomode en el templo de Dios, porque sabemos que “si alguien profana el templo de Dios, Dios destruirá a esa persona; porque el templo de Dios es sagrado, y vosotros juntos sois ese templo” (1 Corintios 3:17).

Así que cuidado, hermanos míos, con esos falsos profetas y pastores malvados, porque “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1). Como nuestro Señor nos ha instruido, debemos reconocerlos por sus frutos. Si enseñan que la Torá de Dios es antigua, obsoleta o que ha sido abolida, usted sabe quiénes son. Si están añadiendo y restando a los mandamientos de Dios, usted sabe quiénes son. Si le están criticando o condenando por ciertos comportamientos no especificados en la Torá, usted sabe quiénes son.

Tales pastores -si no se arrepienten de su maldad- tienen los “Siete Ayes” de Yeshua pronunciados sobre ellos. Para ellos, nuestro Señor declara: “¡Serpientes! ¡Cría de víboras! ¿Cómo podréis escapar de la condenación del infierno?”. (Mateo 23:33). Verdaderamente, ¡ay de los tales!

Que nunca seamos presa de los falsos pastores del mundo. YeHoVaH esté con todos ustedes. Amén.


DALL·E 2024-07-30 16.20.00 - A realistic depiction of the Apostle Paul teaching passionately in a First Century synagogue. He is addressing an attentive audience with expressive h

Pablo: El Brillante y Malinterpretado Apóstol

En pocas palabras, Pablo era un hombre brillante. Y como suele suceder a todos los hombres brillantes, su propia inteligencia puede resultar un tropiezo para los demás.

Las cartas de Pablo contienen algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tergiversan, como hacen con las demás Escrituras, para su propia perdición. (2 Pedro 3:16).

Mientras viajaba por el camino de Damasco, el hombre que más tarde se convertiría en uno de los instrumentos más poderosos en manos de Dios para predicar el evangelio a las naciones gentiles tuvo un encuentro literalmente cegador con el Señor Yeshua. Ese hombre era Saulo, o Pablo como se le conocía en griego (“Paulos”).

Habiendo sido cegado espiritualmente a la verdad por las falsas tradiciones de los fariseos, Pablo había pasado toda su vida siendo criado y educado en las profundidades de la religión hecha por el hombre. Ahora, literalmente cegado por la realidad de que Yeshua es el verdadero Mesías, Pablo tuvo que volver a aprender aquellas cosas en las que había sido educado para creer. Después de pasar algún tiempo en Arabia (muy probablemente en el monte Sinaí), el hombre que había sido extremadamente celoso de las tradiciones de sus padres (véase Gálatas 1:11-18) creció hasta volverse aún más celoso de la verdad del Hijo Amado de Dios.

Pablo viajó por todas partes predicando las buenas nuevas de Yeshua Mesías, razonando a partir de las Escrituras con los judíos en sus sinagogas (véase Hechos 17:2) y predicando también a las naciones gentiles el hermoso mensaje de salvación del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El mismo hombre que había sido alumno aventajado del gran rabino judío Gamaliel (véase Hechos 22:3) llegaba ahora a fariseos y paganos por igual con la misma palabra de verdad que entregaban Pedro, Santiago, Juan, Andrés y los demás apóstoles del Mesías, con una diferencia: Pablo era excepcionalmente inteligente.

No estoy diciendo que Pedro, Santiago, Juan y Andrés no lo fueran . Sin duda eran inteligentes, sabios y personalmente llamados, enseñados y calificados por el propio Maestro. Pero también habían sido criados para ser simples pescadores en el mar de Galilea. Pablo había sido criado para ser uno de los más grandes rabinos de los fariseos. Pedro y los demás apóstoles habrían oído predicar la Torá y los Profetas el sábado en las sinagogas. Pablo habría memorizado literalmente la Torá y los demás libros sagrados para citarlos textualmente.

La inteligencia y familiaridad de Pablo con las Escrituras hebreas (conocidas por los cristianos de hoy como “el Antiguo Testamento”) se aprecia claramente a lo largo de sus trece cartas (o “epístolas”). Cita la Torá un total de 45 veces. Cita a los Profetas 53 veces, siendo Isaías el más citado con 36 veces. Los Salmos son citados 23 veces. Otros libros de las Escrituras hebreas son citados o referenciados otras 10 veces. En total, Pablo cita directamente o parafrasea las Escrituras 131 veces.

En pocas palabras, el hombre era brillante. Y como todos los hombres brillantes, su propia inteligencia puede resultar un tropiezo para los demás. Las epístolas de Pablo -aunque son perfectamente ciertas y nunca contradicen la Torah de Dios- han demostrado ser las más difíciles de entender correctamente de entre todos los libros bíblicos, lo que facilita que los ignorantes las malinterpreten o incluso que los deliberadamente taimados las distorsionen. Esta mala interpretación o distorsión deliberada de las cartas de Pablo puede resultar extremadamente peligrosa, incluso condenatoria para el alma si conduce a un rechazo de los mandamientos de Yehováh y de la obediencia a Sus caminos.

Pedro, que conocía personalmente a Pablo y comprendía que sus epístolas nunca enseñaron nada contrario a la Torá de Dios, advirtió a sus lectores de esta realidad, diciendo: “Tened en cuenta que la paciencia de nuestro Señor significa la salvación, al igual que nuestro querido hermano Pablo también os escribió con la sabiduría que Dios le dio. Escribe de la misma manera en todas sus cartas, hablando en ellas de estos asuntos. Sus cartas contienen algunas cosas DIFÍCILES DE ENTENDER, que la gentes ignorantes e inestables DISTORSIONAN, como hacen con las demás Escrituras, para SU PROPIA DESTRUCCIÓN” (2 Pedro 3:15-16, énfasis añadido).

En el versículo siguiente, Pedro advierte severamente a sus lectores que nunca se dejen llevar por los sin ley (literalmente, los sin Torah): “Por tanto, queridos amigos, ya que habéis sido advertidos de antemano, estad en guardia para que no os dejéis llevar por EL ERROR DE LOS INLEGALES y caigáis de vuestra segura posición” (2 Pedro 3:17, énfasis añadido).

Yeshúa Mesías profetizó que vendrían muchas personas así: aquellas que le llamarían su “Señor” pero que “no harían lo que [él dice]” (Lucas 6:46). Tales personas no entrarán en el reino de los cielos, porque han seguido un estilo de vida sin la Torá y no han hecho la voluntad del Padre Eterno mientras estaban en la tierra. “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre y en tu nombre expulsamos demonios y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Entonces les diré claramente: ‘Nunca os conocí. Aléjense de mí, ustedes que practican la ILEGALIDAD'”. (Mateo 7:21-23, énfasis añadido).

Que conste que amo y aprecio las cartas de Pablo. Sus cartas son hermosas, verdaderas y llenas de gran sabiduría del Todopoderoso. Simplemente entiendo lo mismo que entendió el apóstol Pedro: Pablo es el más difícil de todos los escritores bíblicos de interpretar correctamente. Por eso, mi aliento personal a todos sería que Pablo sea el ÚLTIMO autor de la Santa Biblia que lean, nunca el primero. Nunca comiencen sus estudios bíblicos con Pablo ni establezcan sus doctrinas con sus cartas. La probabilidad de distorsionar su mensaje e intención es simplemente demasiado grande si lo hace.

En su lugar, animaría a todo el mundo a comenzar sus estudios con la Torá (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio) y con las palabras directas de Yeshua Mesías (Mateo, Marcos, Lucas, Juan). Después, prosiga con el estudio de literalmente todos los libros adicionales de la Biblia. Luego, después de obtener una comprensión adecuada de las mismas Escrituras que Pablo conocía tan bien, estudie a Pablo. Al hacerlo, la probabilidad de distorsionar sus epístolas y ser “arrastrado por el error de los inicuos” para su “propia destrucción” (2 Pedro 2:17, 16) se reduce significativamente.

Shalom, amigos míos, y que Dios esté con todos ustedes.


El árbol de la muerte

El árbol de la muerte: La trampa de Satanás y la soberbia humana

Como creyentes vigilantes, hemos de comprender que las tácticas de Satanás para destruir el alma humana no han cambiado en los últimos 6.000 años.

“‘ Ciertamente no morirás’, dijo la serpiente a la mujer. Porque Dios sabe que cuando comas de él se te abrirán los ojos y serás como Dios, conocedora del bien y del mal'” (Génesis 3:4-5).

Había muchos árboles en el Jardín del Edén, pero dos árboles eran de suma importancia: El Árbol de la Vida y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal -un árbol al que me refiero como “el Árbol de la Muerte”. Yehováh Dios había advertido severamente a Adán y Eva que nunca comieran del fruto de ese árbol maldito, prometiéndoles que “cuando comáis de él, ciertamente moriréis” (Génesis 2:17).

Como creyentes vigilantes, hemos de comprender que las tácticas de Satanás para destruir el alma humana no han cambiado en los últimos 6.000 años. Él puede refinar sus herramientas y métodos de entrega, pero sus tácticas centrales siguen siendo las mismas. Primero hace que la gente dude de la Palabra de Dios preguntando: “¿Lo dijo Dios realmente?”. (Génesis 3:2). Luego llama abiertamente mentiroso a Dios al afirmar que lo que Dios ha declarado como verdadero es en realidad falso: ” Ciertamente no moriréis” (Génesis 3:4). Luego viene su mentira más insidiosa: su promesa vacía de que mediante la desobediencia al Dios Todopoderoso “seréis como Dios” (Génesis 3:5).

Yeshúa el Mesías declaró que el diablo es “un asesino desde el principio” y que es “el padre de mentira” (Juan 8:44). Qué perfectamente cierto. Literalmente desde el principio del mundo, Satanás ha tratado de asesinar las almas eternas de los hijos de Dios convenciéndoles de que crean en sus mentiras y participen del fruto de ese desdichado Árbol de la Muerte. Esa mentira fundacional de: “Tú mismo puedes ser Dios”, es en la que tantos han caído a lo largo de la historia humana y en la que siguen cayendo hoy. Es la mentira que dice que podemos determinar el orden moral. Que podemos ser nuestros propios maestros morales, nuestros propios legisladores, nuestros propios árbitros de lo que es bueno y lo que es malo.

Creer en esta mentira y participar del fruto del Árbol de la Muerte es participar del pecado del ORGULLO. Es sacudir el puño al Cielo y declarar con suprema arrogancia: “¡No necesito que Tú me digas lo que puedo y no puedo hacer! ¡Soy mi propio dios! Puedo decidir por mí mismo!”

La Palabra de Dios nos advierte continuamente de los peligros del pecado de la soberbia, advirtiéndonos que: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18). A lo largo de la Palabra, vemos el cumplimiento de esa promesa una y otra vez.

Fue este pecado de orgullo el que provocó la Caída y la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén. Fue el orgullo lo que llevó a la humanidad a un estado tan miserable de maldad en el que “toda inclinación de los pensamientos del corazón humano era sólo el mal todo el tiempo” (Génesis 6:5), y Yehováh Dios salió en justo juicio y destruyó todo el mundo con un diluvio de agua. El orgullo llevó a la humanidad a reunirse y construir una torre que alcanzara los cielos para poder “hacerse [un] nombre” (Génesis 11:4). El orgullo provocó la destrucción de Sodoma y Gomorra con fuego y azufre, porque se habían convertido en un pueblo “arrogante, sobrealimentado y despreocupado; no ayudaban al pobre ni al necesitado. Eran soberbios y hacían cosas detestables [ante Yehováh]” (Ezequiel 16:49-50).

Fue el orgullo lo que llevó al gobernante de Tiro a jactarse de ser un dios. “En el orgullo de tu corazón dices: ‘Soy un dios; me siento en el trono de un dios en el corazón de los mares’. Pero tú eres un simple mortal y no un dios, aunque te crees tan sabio como un dios” (Ezequiel 28:2). Este mismo orgullo provocó su propia muerte y la ruina de su reino. “Porque consideras que tu sabiduría es igual a la de Dios, traeré contra ti extranjeros, los más bárbaros de todas las naciones. Desenvainarán sus espadas contra la belleza de tu sabiduría y mancillarán tu esplendor. Te arrojarán a la fosa y morirás de muerte violenta en el corazón de los mares” (Ezequiel 28:6-8).

El orgullo llevó a la perdición al rey de Babilonia.

“Dijiste en tu corazón: ‘Subiré a los cielos; elevaré mi trono por encima de las estrellas de Dios; me sentaré entronizado en el monte de la asamblea, en las máximas alturas del monte Zafón. Ascenderé por encima de las cimas de las nubes; me haré semejante al Altísimo’. Pero tú has sido abatido al reino de los muertos, a las profundidades de la fosa” (Isaías 14:13-15).

El orgullo hizo caer las maldiciones del Todopoderoso sobre el rey Nabucodonosor y lo volvió loco. “[Nabucodonosor] dijo: ‘¿No es ésta la gran Babilonia que he edificado como residencia real, por mi gran poder y para gloria de mi majestad?'”. (Daniel 4:30). No fue hasta que finalmente “levantó [sus] ojos hacia el cielo” en arrepentimiento, que su “cordura fue restaurada” (Daniel 4:34), y finalmente fue llevado a declarar en humildad: “Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del Cielo, porque todo lo que Él hace es recto y todos sus caminos son justos. Y a los que andan con soberbia Él es capaz de humillarlos” (Daniel 4:37).

La soberbia condujo a la horrible muerte del malvado rey seléucida-griego Antíoco Epífanes. “Así, aquel que poco antes, en su arrogancia sobrehumana, había creído que podía dominar las olas del mar, e imaginaba que podía pesar altas montañas en una balanza; entonces fue arrojado al suelo y tuvo que ser llevado en una litera, manifestando claramente a todos el poder de Dios. El cuerpo de este hombre impío se llenó de gusanos, y mientras aún vivía sufriendo tormentos agonizantes, su carne se pudrió, de modo que todo el ejército se sintió asqueado por el hedor de su descomposición. Poco antes había creído que podía tocar las estrellas del cielo. Ahora nadie se atrevía siquiera a transportarlo a causa de su hedor intolerable” (2 Macabeos 9:8-10).

El orgullo hizo que Herodes Agripa aceptara las alabanzas de su pueblo cuando lo declararon dios:

“El día señalado, Herodes, vestido con sus ropas reales, se sentó en su trono y pronunció un discurso público ante el pueblo. El pueblo gritaba: ‘Voz de dios, no de hombre’. Inmediatamente, como Herodes no dió honra a Dios, un ángel del Señor lo abatió, y fue murió devorado por gusanos”.
(Hechos 12:21-23).

Y se pueden citar muchos ejemplos más.

El orgullo es el pecado raíz de todos los pecados. Es el pecado original. Llenarse del pecado del orgullo es participar metafóricamente del fruto del Árbol de la Muerte. Es engañarse a uno mismo haciéndose creer que tiene autoridad para redirigir el orden moral y quedar libre de cualquier consecuencia por sus acciones rebeldes. No se deje engañar. Sepa que siempre hay consecuencias. La promesa de Yehováh Dios sigue siendo cierta hasta el día de hoy: “Ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Y siempre que usted vea a un individuo o a un grupo o a una nación levantados en el orgullo de sus corazones hasta el punto de celebrar sus desafiantes actos de desobediencia, tenga la seguridad de que la destrucción está a la puerta.

Mientras el mundo y quienes forman parte de él eligen dedicar el mes de junio al pecado del ORGULLO, yo les animaría a dedicar este mismo mes (y todos los meses siguientes) a la virtud de la HUMILDAD. El espíritu de orgullo dice: “¡Quiero ser Dios!”, pero el espíritu de humildad dice: “YeHoVaH ya es Dios”. El espíritu de orgullo se jacta: “¡Puedo hacer lo que quiera!”, pero el espíritu de humildad dice: “Tengo la bendición de hacer lo que YeHoVaH Dios quiera”. El espíritu de orgullo cree tontamente: “No habrá consecuencias por mis acciones”, pero el espíritu de humildad entiende: “Siempre hay consecuencias por las acciones pecaminosas”.

Tenga cuidado con el espíritu que permite que le influya.

En el Libro de los Proverbios leemos esta promesa:

“Dios se opone a los soberbios, pero muestra su favor a los humildes” (Proverbios 3:34; Santiago 4:6). Por eso nuestro Señor Yeshua declaró: “Todos los que se enaltecen serán humillados, y todos los que se humillan serán enaltecidos” (Mateo 23:12).

Podemos elegir voluntariamente humillarnos ante el Dios Todopoderoso -y al hacerlo acercarnos más a una relación amorosa con nuestro Glorioso Creador- o podemos amontonar los carbones ardientes del juicio sobre nuestras cabezas y esperar a que Yehováh nos humille Él mismo. Elegir humillarnos ante Dios y obedecer Su Palabra es participar del Árbol de la Vida. Pero alzarnos en el pecado del orgullo y elegir desobedecer a Dios es participar del Árbol de la Muerte.

Así pues, la elección que se nos presenta es la misma que se les presentó a Adán y Eva: La Vida y la Muerte. ¿De qué “árbol” elegirá usted participar?

Con amor, le animo a que elija la humildad. Elija la obediencia a Dios. Elija la vida. Como Moisés declaró a la Casa de Israel en el desierto: “Hoy llamo a los cielos y a la tierra por testigos contra vosotros de que he puesto ante vosotros la vida y la muerte, las bendiciones y las maldiciones. Escoged ahora la vida, para que viváis vosotros y vuestros hijos” (Deuteronomio 30:19).

Shalom y Amén.


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Honrando la memoria de Dios

A lo largo de la historia humana, ha habido fuerzas de gran maldad que se han levantado para destruir lo que deberíamos tener en mayor estima: el monumento sagrado de Dios mismo.

Dios también dijo a Moisés: Di esto al pueblo de Israel: Yehováh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es Mi Nombre para siempre, y así seré RECORDADO por todas las generaciones. Éxodo 3:15

Para los ciudadanos de los Estados Unidos de América, esta semana comenzó con una fiesta nacional muy significativa: El Día de los Caídos. En este día rendimos un recuerdo especial a los valientes soldados de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, especialmente a aquellos que han pagado el precio más alto y han sacrificado sus vidas en defensa de la libertad y la justicia. En este día, recordamos el indomable valor y heroísmo que asaltó las cinco playas bañadas en sangre de Normandía, liberó a los prisioneros judíos de Auschwitz-Birkenau, izó victoriosamente la bandera estadounidense en lo alto de la isla japonesa de Iwo Jima, hizo retroceder la invasión del comunismo en Corea y Vietnam, y ha tratado de poner fin a los bárbaros grupos terroristas islámicos que tratan de erradicar a judíos y cristianos por igual.

De parte de todos en Un Rudo Despertar, agradecemos y saludamos a nuestros valientes soldados y veteranos estadounidenses.

Pero en este Día de los Caídos en particular, mi mente ha pasado un tiempo considerable meditando sobre la palabra “memorial” y su conexión con el Dios de nuestros padres. La palabra hebrea traducida como “recordado” en Éxodo 3:15 es “zeker”, que significa propiamente “memorial”. Como Dios declaró a Moisés desde la zarza ardiente, el sagrado Nombre de Yehováh, un Nombre que se erige como una declaración eterna de que “Él era, Él es y Él será”, es el memorial eterno del Dios Todopoderoso. Registrado casi 7.000 veces en las Escrituras hebreas, el impresionante Nombre de Dios es la forma en que Él debe ser recordado y honrado por los siglos de los siglos.

A lo largo de la historia de Estados Unidos, han surgido fuerzas de gran maldad para destruir todo lo que apreciamos. Una y otra vez, estas fuerzas de la oscuridad han sido desafiadas y finalmente conquistadas por los valientes, los bravos y los audaces. Honramos sus sacrificios sagrados en el Día de los Caídos.

Hay un paralelismo espiritual aquí porque, a lo largo de la historia humana, ha habido fuerzas de gran maldad que se han levantado para destruir lo que deberíamos tener en mayor estima: el monumento sagrado de Dios mismo. Estos siervos del enemigo buscan “hacer que mi pueblo se olvide de mi Nombre” (Jeremías 23:27). Buscan hacer que el pueblo de Dios no recuerde, no invoque, no exalte, no abandere, no bendiga, no jure y no ame el Nombre de Yehováh.

Pero una y otra vez, estas fuerzas de la oscuridad espiritual han sido desafiadas y finalmente conquistadas por los osados, los valientes y los audaces. Empoderados por la gracia de Dios, los siervos del Todopoderoso han trabajado incansablemente para restaurar el gran Nombre de Dios, para que Su memorial (recuerdo), pueda ser conocido y declarado en todo el mundo.

El “zeker” de Dios -Su “memorial”- nunca será destruido y nunca será olvidado. ¡Aleluya!

Cuando tratamos de honrar a Dios manteniendo sagrado Su memorial, nos sentimos humillados por Su promesa de que Él también nos recuerda:

Pero los que temían a Yehováh hablaron el uno al otro, y Yehováh escuchó con atención y atendió. Y fue escrito un libro de memoria delante de Él, a favor de los que temen a Yehováh, y de los que honran su Nombre. Malaquías 3:16

Toda la gloria sea para Yehováh Dios por los siglos de los siglos. Amén.