¿Qué relación podría existir entre una multitud de personas que hicieron lo malo delante de los ojos de Yehováh y el patriarca Abraham?
Quizás, antes de responder a ese interrogante, deberíamos de hacernos otra pregunta, ¿cuál fue realmente el pecado de tales personas?
Analicemos el texto por un momento:
“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo…” Génesis 11:1-4.
¿Qué hay de malo en edificar una ciudad y una torre? ¿Será acaso que lo que enfadó a Dios fue que la torre llegara al cielo?
El versículo 4 nos revela que el pecado de esta gente fue su altivez y arrogancia: “…hagámonos un nombre”. El objetivo de estas personas era hacerse un nombre para nunca ser olvidados en caso de que fueran dispersados por toda la tierra y es aquí donde la historia de Abram (su nombre en ese entonces) se conecta con la Torre de Babel.
Las Escrituras nos relatan que Abram, hijo de Taré, decidió casarse con Sarai (su nombre en ese momento) sin importar el hecho de que ella era estéril (Gen 11:30). Esto significaba que Abram no iba a tener descendencia lo cual era la única manera para que su nombre se prolongara y pudiera a la vez tener un heredero.
Esta acción de Abram agradó tanto a Yehováh, al punto que justo en el siguiente capítulo Yehováh lo llama para que salga de su tierra y deje su parentela, y le promete una serie de cosas que incluían hacer de él una gran nación, bendecirlo, ser bendición y ¡engrandecer su nombre!
La intención de Abram nunca fue la de engrandecer su nombre tal como la de los hombres de Babel, por el contrario, él se mostró humilde, y no tuvo problema de tomar a una mujer estéril como esposa sin esperanza de tener descendencia.
Esto es lo que Dios estaba buscando, un hombre en toda la tierra que no buscara su propia gloria y lo encontró en Abram. Como recompensa, Yehováh lo honró no sólo prometiéndole que “engrandecerá su nombre” sino que le promete que de sus lomos hará salir una gran nación y eventualmente le cambia su nombre por Abraham que significa ‘padre de muchas naciones’.
La bendición de Abraham no terminó ahí ya que Yehováh le promete fidelidad diciéndole de la siguiente manera:
“Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” Génesis 12:3.
Vemos también que Yehováh le revela su nombre a Abraham:
“…e invocó allí Abram el nombre de Yehováh” Génesis 13:4.
La relación de Abraham con Yehovah llega a tal nivel que Dios mismo llama a Abraham como a nadie más en las Escrituras:
“Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo” Isaías 41:8.
Abraham se convierte en un confidente de Yehováh, el único Dios verdadero, al punto que Yehováh le confía a Abraham sus planes:
“¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra?” Génesis 18:17-18.
Que gran lección podemos aprender del padre Abraham, que confirma lo dicho por el salmista, ciertamente Yehováh atiende al humilde y mira de lejos al altivo.