Exhortación y discurso final de Josué

Es tiempo de volvernos a este llamado que hizo Josué a Israel, de regreso nuevamente a la senda antigua.

Las palabras finales de un hombre, previo a su muerte, pueden ser las más importantes de toda su vida, y esto no fue la excepción para Josué, un varón esforzado y valiente, temeroso y siervo del Dios Altísimo, el cual introdujo a Israel a la tierra prometida.

Demos un vistazo y analicemos esas últimas palabras de Josué que, hasta el día de hoy, hacen eco y son de relevancia para los hijos de Israel e incluso tienen una aplicación válida para nuestras vidas en el día a día.

Las Escrituras nos dicen que Josué ya era un hombre viejo que estaba próximo a morir. Había cumplido su propósito; ya que a través de él, Yehováh había dado descanso a Israel de sus enemigos en parte, porque la tierra no había sido conquistada en su totalidad y aún faltaban enemigos por derrotar.

Es en este momento que Josué reúne al pueblo y manda a llamar a los ancianos, príncipes y jueces de Israel para pronunciar lo que sería su última exhortación a un pueblo que ahora tendría que continuar sin la figura de un líder.

Uno de los primeros aspectos que destaca Josué, es el hecho de que Yehováh es quien ha peleado por Israel. ¿Por qué esto es importante? Porque anteriormente se nos había dicho en la Torá, que cuando Yehováh nos introdujera en la buena tierra, no debíamos decir en nuestro corazón: “mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”, sino que deberíamos acordarnos de Yehováh, porque es Él quien nos da el poder para hacer las riquezas (Dt 8:17-18) y el que pelea por nosotros.

Josué también menciona cómo las tribus de Israel recibieron su heredad tras haber “echado suertes”, dando cumplimiento así a la voluntad de Yehováh expresada en Números 33:54, cuando dijo que la tierra iba a ser entregada por sorteo a las familias; las tribus más pequeñas recibirían menos y las más grandes recibirían mayores extensiones.

Posteriormente Josué vuelve a profetizarle al pueblo que Yehováh les entregaría en sus manos al resto de sus enemigos. Esto había sido anunciado en Números 33:53, cuando Yehováh les había dicho que Israel expulsaría a los moradores de la tierra. 

Luego, Josué hace un importante llamado al pueblo a guardar y hacer todo lo que dice la ley de Moisés (la Torá), lo cual incluía que Israel no debía mezclarse con otras naciones, ni jurar por el nombre de sus dioses, ni servirlos, ni inclinarse ante ellos.

Tampoco los hijos de Israel deberían contraer matrimonio con gentes de las naciones, porque si lo hacían, Dios no entregaría ya más a sus enemigos en sus manos, porque aquellas personas les serían por lazo, tropiezo, azote y espinos para sus ojos, hasta que perecieran de la buena tierra que Yehováh les había dado.

Josué afirma que se había cumplido ciertamente la palabra buena que Yehováh había dicho sobre Israel, pero advierte que de la misma manera se cumpliría la palabra mala si Israel quebrantaba el pacto.

Seguidamente, Josué le recuerda al pueblo cómo los antiguos habían venido del otro lado del Jordán (refiriéndose a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob) y cómo Israel descendió a Egipto junto con sus hijos. Allí Yehováh levantó a un libertador (Moisés) e hirió a Egipto para así sacar a los hijos de Israel de esclavitud. Josué les narra cómo Yehováh libró a sus padres de mano de Faraón y los hizo pasar en seco por el Mar de Juncos. Seguidamente, los llevó por el desierto dándoles provisión y abrigo, hasta que llegaron a Canaán, donde se enfrentaron a diferentes pueblos, y Yehováh les entregó a sus enemigos en sus manos.

Hay que recordar que a medida que Josué les hace este resumen de su paso por el desierto y de la protección de Yehováh, él mismo vivió en carne propia toda esta travesía, y sus ojos vieron todas las maravillas que Yehováh hizo por ellos hasta traerlos a la tierra que había jurado a sus padres, donde ahora disfrutarán de los frutos que ellos no plantaron y las ciudades que ellos no edificaron.

Después, Josué reta al pueblo a temer a Yehováh y a servirle, y los exhorta a remover los dioses a los cuales sirvieron nuestros padres al otro lado del Jordán, ya que, de no hacerlo así, Yehováh mismo se volvería y los consumiría después de haberles hecho bien. Ante estas palabras, el pueblo se comprometió ante Josué a seguir y servir a Yehováh, guardando sus mandamientos.

Finalmente, Josué les entrega unas últimas indicaciones y levanta una piedra como testigo. Lamentablemente, sabemos por la narración bíblica que Israel quebrantó el pacto más adelante y por esta razón fueron esparcidos por toda la tierra.

Es tiempo de volvernos a este llamado que hizo Josué a Israel, de regreso nuevamente a la senda antigua, al Camino recto, a guardar los mandamientos de Yehováh, a servirlo y a amarlo solo a Él.

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