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Adán fue el primer hombre al que le tocó experimentar la migración cuando tuvo que salir del huerto.
¿Sabía usted que la cantidad de personas migrantes alrededor del mundo llegó a 281 millones en 2020 (según los cálculos de las Naciones Unidas), siendo los Estados Unidos el principal destino?
El concepto de migración y de ser extranjero en tierras lejanas es algo que no pasa de moda, al punto que el pueblo de Israel no es ajeno al mismo, tal como lo describen las Escrituras.
Existen diferentes casos de migración mencionados en la Biblia empezando desde el jardín del Edén. Se podría decir que Adán fue el primer hombre al que le tocó experimentar la migración cuando tuvo que salir del huerto después de haber desobedecido el mandato de no comer del árbol del bien y del mal (Gen 3:22-24).
Otro ejemplo que miramos en las Escrituras es el caso de Abraham, quien vivía en la tierra de Ur de los caldeos. De acuerdo al libro del Justo (Yasher), Taré, su padre, era un hombre idólatra que se dedicaba a la fabricación de ídolos. Sin embargo, Abraham tenía un corazón diferente, él era un hombre recto delante del Todopoderoso. Por esta razón, Yehováh le dijo que saliera de su tierra, y le prometió que lo llevaría a una tierra lejana, donde lo bendeciría y haría de él una gran nación (Gen 12:1-3). De ahí que el pueblo de Israel hace memoria de él en sus oraciones diciendo “mi padre fue un arameo errante” (Dt 26:5).
El nieto de Abraham, Jacob, sufrió un destino similar al de su abuelo. Por un tema de sobrevivencia, tuvo que huir primeramente a la casa de su tío Labán escapando de su hermano Esaú para que no lo matara (Gen 27:41). Ahí inició su familia con Lea y Raquel y sus hijos. Luego, tuvo que huir de su suegro Labán para regresar a la tierra de sus padres, y eventualmente tuvo que migrar hacia Egipto para sobrevivir la hambruna que aconteció en la tierra de Canaán.
Jacob muere, pero a su descendencia le toca vivir como inmigrantes y sufrir como esclavos en tierra de Egipto, cumpliendo así la profecía dada a Abraham por Yehováh, la cual decía que su descendencia “moraría en tierra ajena y allí sería esclava”. (Gen 15:13).
Qué mejor ejemplo que el caso de los hijos de Israel que vivieron como inmigrantes en servidumbre por cientos de años en la tierra de Egipto, sirviendo a Faraón y a los egipcios, como ciudadanos de tercera categoría, soportando todo tipo de abusos y humillaciones. Podríamos pensar incluso que Yehováh se había olvidado de ellos y del pacto que había hecho con sus padres Abraham, Isaac y Jacob, de que serían una nación bendita y que heredarían una tierra donde fluía leche y miel.
Sin embargo, al leer la Torá encontramos una enseñanza muy enriquecedora, donde Yehováh permite que sucedan todas estas cosas porque hay un propósito mayor. Israel experimentó en carne propia lo que fue vivir en una tierra extranjera en condición de inmigrante. Por esta razón, Yehováh le da una serie de ordenanzas a Israel trayéndole a memoria su condición como extranjero.
“Y no angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”
Éxodo 23:9.
“Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”
Levítico 19:34.
“Morará contigo (el extranjero), en medio de ti, en el lugar que escogiere en alguna de tus ciudades, donde a bien tuviere; no le oprimirás”
Deuteronomio 23:16.
De la misma manera que ocurre con los huérfanos y las viudas, los inmigrantes son parte de esa población de la que Yehováh ordena a su pueblo Israel, que tenga un trato especial, digno, respetuoso y de cuidado.
¡Shalom!