Metzora, es el nombre de la porción semanal de la Torá que se encuentra en el libro de Levítico (Vaykrá), específicamente en los capítulos 14 y 15 y significa: “el que tiene lepra”. Esta parashá trata principalmente sobre las leyes relacionadas con la purificación de personas y objetos afectados por la tzaráat, una enfermedad de la piel que se traduce comúnmente como “lepra” en la Biblia, aunque su significado exacto es incierto.
El contexto de la porción Metzora se centra en las prescripciones detalladas para tratar con la tzaráat tanto en las personas como en las casas. Describe los rituales de purificación que deben seguir aquellos que han sido afectados por esta enfermedad, así como las acciones que deben llevar a cabo los sacerdotes para purificar a los enfermos y limpiar sus pertenencias.
Además de las leyes sobre la tzaráat, también se abordan las leyes de purificación relacionadas con la emisión seminal, las menstruaciones y otros tipos de flujo corporal.
Metzora nos ofrece una poderosa reflexión sobre la importancia de la pureza, tanto física como espiritual, en nuestras vidas. A través de la narrativa de la purificación del leproso, encontramos un llamado a examinar nuestras propias impurezas y a buscar la restauración tanto del cuerpo como del alma. En este sentido, la figura de Yeshúa emerge como el paradigma máximo de purificación, ofreciendo no solo sanidad física, sino también redención espiritual. Su vida y enseñanzas nos recuerdan la conexión intrínseca entre la limpieza física y la pureza del corazón, invitándonos a buscar no solo la cura de nuestras enfermedades físicas, sino también la renovación interior que solo puede venir a través de la gracia y el perdón.
Al contemplar Metzora a la luz de la figura de Yeshúa, somos desafiados a reconocer que la purificación de nuestros cuerpos físicos es solo el primer paso en el camino hacia una verdadera transformación espiritual. Así como el leproso debía ser purificado para ser reintegrado a la comunidad, nosotros también debemos buscar constantemente la purificación de nuestras almas, liberándonos del pecado y el egoísmo. En Yeshúa encontramos el ejemplo perfecto de cómo la curación física y la redención espiritual van de la mano, recordándonos que nuestra salud física está intrínsecamente ligada a la salud de nuestro espíritu. Que podamos, como el leproso purificado, experimentar la plenitud de vida que viene al ser restaurados en cuerpo y alma por la gracia de Aquel que es la fuente misma de toda pureza y sanidad.